La llamada "democracia directa" y "participativa, estilizada y telemática", aquí en España y en Europa, ya está en boca de todo tipo de populismo y parece calar en los partidos democráticos con tradición, es decir "viejos", según jerga de los "nuevos" y de los "populistas". ¡Les hace gracia y le hacen guiños!

El referéndum revocatorio implementado en Venezuela, presentado como fórmula magistral de "participación democrática directa", colocando, dicen, al "pueblo soberano" por encima del Parlamento, para que este pueda pronunciarse revocando al presidente, parece haber servido sólo para que el Gobierno capte información de los nombres de personas que no le apoyan.

¿Es esto de la "democracia directa y participativa" algo verdaderamente bueno? No lo sé. Las acciones y reacciones "on line", ¿a dónde conducen y quién las guía? Tampoco lo sé. ¿La ley de protección de datos nos ampara? No lo sé. Pero sí sé que la racionalidad, el libre albedrío y la fe de cada quien van con cada uno y, a su manera, con todos. Esto me da suficiente confianza, me nutre y convence de que no somos ni zombis ni seducidos por flautistas de Hamelin, por sirenas, ni por griterío, pues al final "todo quedará al descubierto", si bien no conviene que tarde.

En España, efectivamente, muy efectivamente, Pablo Iglesias con los medios de comunicación que cuenta ha conducido estas acciones y generado reacciones que, medidas, saltaron de cero a contar con 69 diputados. Eso sí, según sus "especies" territoriales o endémicas.

Los "endemismos" en España sólo operan, son políticamente correctos, en los ámbitos autonómicos y local, porque populistas y nacionalistas, con el beneplácito muchas veces de los "viejos", no permiten que operen los del ámbito estatal, los que nos unen, nos hacen interdependientes y necesarios a cada uno y a todos.

No conviene a nadie instalarse en la exclusión del otro, ni en la permanente pugna; ese camino no democrático, además de feo, conduce al embarrancamiento de quienes lideren esa/s estrategia/s y, si tocan poder, allí, al embarrancamiento, al precipicio, llevan a los pueblos que creen representar.

En el discurso de investidura del candidato Pedro Sánchez me sorprendió cómo autodefinía su Gobierno, en caso de que fuera investido, como el "Gobierno del bien común". Lo explicitó una vez el primer día y tres veces en sus diez minutos de alocución con el que se abrió la sesión del segundo día de investidura. ¿Por qué me sorprendió? Porque me sonó similar a algo que llevo analizando ya durante algún tiempo y de lo que escribiré algo.

No creo que pueda haber nadie que pueda arrogarse la defensa y patrimonialización del bien común desde la exclusión al otro y la permanente pugna. No cabría excluir a nadie, ni a uno sólo, aunque en democracia quepa; casi todo cabe, caben hasta las mayores "contradicciones cabalgadas" por unos y por otros. Pero cuánto más cuando se excluye y veta a alguien que en España ha contado con el apoyo político mayoritario entre las diferentes fuerzas políticas. ¡"Vétese"!, ¡"exprópiese"!, ¡"váyase"!, ¡"excomúlguese"!, ¡"línchese"!, ruidos estrepitosos, dramas en cierne, pugna permanente. Lo que no se sostiene cae o se disuelve, como se disolvió el Parlamento variopinto.

¡Del verdadero bien común qué poco sabemos! Creo que va muy de la mano de la infinita misericordia y la recta razón, la recta intención. Va de la mano de los valores que al hombre sirven, no sólo de las ideas a las que sirve el hombre. Las ideas si sirven son porque al hombre sirven y con ello conducen a la prosperidad y se hace notar en lo que todos reconocemos como bien común.

Todos somos necesarios e interdependientes. La economía y las restricciones de escasez que cada quien padece y, consecuentemente, las que el conjunto también padece nos muestran inexorablemente el escenario real en que operamos. El Gobierno en funciones, con más aciertos que errores, ha tenido esto muy presente en toda la legislatura, y sin ninguna duda afirmo que con ello ha contribuido muchísimo al bien común.

No procede excluir a nadie si verdaderamente tratamos de mejorar el bien común. Es así como se debería crecer y mejorar en democracia. En cambio, parece que hay muchos vendedores de tales pócimas. Y, ¡cuidado!, pues por lo que se ve hay muchos e ingenuos compradores dispuestos a libar tales brebajes. Claro es que gran humildad y sabiduría exige escarmentar en cabeza ajena. ¡Ojalá! Pero si no, preparémonos para probar con la propia.

*Profesor titular de Fundamentos del Análisis Económico,

Universidad de La Laguna