Desde mi atalaya de viejo periodista, o de periodista viejo, que no es lo mismo, recomiendo a los jóvenes leones de la política que vayan más despacio y que escuchen con moderación y templanza los cantos de sirena que zumban en sus oídos.

En época pre electoral, como la que vivimos, son muchos los que se aprovechan de la gente buena para intrigar y arrimar el ascua a su sardina. Sería una estupidez, si apelo a la sensatez, dar nombres. No creo que sea el momento. Pero sí es el momento de una llamada a la cordura.

Me doy cuenta de la gran influencia que tenemos los cronistas, dada la cantidad de gente de la política que intenta callarnos la boca. Está bien, al menos a mí me llena de orgullo. ¿Qué sería de los periódicos sin la crónica, que es la esencia de todas las páginas que se precien y un santuario de libertad?

Pero a mí los que me ponen frenéticos son los asesinos del mensajero. Siempre se ha querido matar al mensajero, pero en este asunto hay verdaderos profesionales de este crimen de papel... o de ondas. Y cada vez que la cosa se pone peliaguda, más hampa de ésta aparece a diestro y siniestro.

Yo soy muy crítico con esta profesión, con la mía, y durante toda mi vida he ejercido la autocrítica; quiero decir que no soy nada corporativista. Soy un enamorado de la crónica, que vengo ejerciendo desde hace muchos años. El seudónimo no muere con la muerte del autor real. Bajo el paraguas de Roger escribieron Leoncio Rodríguez, José Rodríguez y algunos otros maestros. Hasta nuestro buen amigo y compañero Pepe Díaz Herrera lo usó durante años.

Roger es el cronista político, aunque algunas veces haga incursiones hacia otros campos de la información, igualmente interesantes. Esta es una tierra muy pequeña y ejercer un periodismo libre es difícil, hay que hacer muchos equilibrios. Y conste que comprendo la existencia de las fronteras. A los medios hay que salvarlos -iba a repetir que por todos los medios-, pero me parece exagerado.

Prudencia y templanza a los que tienen o van a tener responsabilidades políticas. Canarias es una tierra que merece esa mesura y esa contención del ánimo.

Los lectores inteligentes tienen que comprender que no es hora de acusar a nadie ni de salvar a nadie. Supongo que todos quieren lo mejor para su tierra y para sí mismos. Esto último es humano, pero si se hace con mesura es hasta inteligente. Amén.