Hace tiempo ya nos alertó el extinto Miguel Moisés Gandarillas, en uno de sus excepcionales seminarios, de las posibles actuaciones, activas o pasivas, que podían adoptar no solamente los economistas y titulados mercantiles y empresariales, sino, de forma muy especial, los auditores internos, en sus respectivos trabajos profesionales, para luchar contra el fraude de los directivos, los empleados o terceros, tanto en la empresa pública como en la privada, conociéndose de esta manera un prolijo campo de actuación profesional , liberal, donde hay mucho que hacer para erradicar dichos fraudes y "agujeros", orígenes de pérdidas muy importantes que se han producido, se producen y se producirán, evidentemente, si no se evitan.

Los medios de información siempre nos están recordando que las estafas, apropiaciones indebidas y quiebras, estos "delitos de cuello blanco", alcanzan cotas cada vez más elevadas. Pero, como nos recalcaba el aludido Moisés Gandarillas, ¿cuántos otros hay que no se denuncian? Obviamente, insistía el ínclito profesor, no hay estadísticas que nos lo digan, porque "precisamente el secretismo favorece los mismos fraudes, no declarados ni difundidos muchas veces por los perjudicados, sean privados o públicos".

En aquel lejano pero inolvidable seminario, se dejó constancia que el fraude, en sus diversas acepciones de engaño, inexactitud consciente, abuso de confianza, delito, falsificación, burla, embuste, etc. era un fenómeno-como en la mismísima actualidad- que estaba presente en todas las actividades humanas, de una forma u otra. Sin embargo, y en aquella ocasión se insistió en ello, "no se ha luchado, ni se lucha, contra él, como debería hacerse, dadas sus magnitudes".

Michael J. Comer, estudioso del tema, ha llegado a cuantificar porcentualmente la actitud de la plantilla de empleados de una empresa comercial de tipo medio, de cara a las posibilidades fraudulentas. Así, un 50% sería tan honrada como lo permitan los controles y su motivación personal; un 25% estaría dispuesta al fraude en cuento las circunstancias lo permitiesen y el otro 25% sería, en todo momento, una plantilla completamente honrada.

Ante tales panoramas, era lógico que se dijera que el fraude era el "negocio" más floreciente de la última década, "sector" del más rápido crecimiento; y ninguna empresa, entidad u organismo, parecía verse libre de tal lacra.

En el citado cursillo impartido-en las postrimerías del pasado siglo- por el inolvidable profesor Gandarillas-así se le conocía- la teoría se vio enriquecida con casos prácticos que, a modo de "break" coloquial, rompía la enjundiosa oratoria del ponente, con todo tipo de fraudes: empresarial, comercial, fiscal, industrial, surgiendo, inevitablemente, los casos de Rumasa, Banesto, Gran Tibidabo, Rubio, Roldán, Filesa, Calviá, AVE, etcétera, que se produjeron tanto por el ingenio de los defraudadores, como por posibles huecos o rendijas encontradas en las legislaciones y normas de diversas ramificaciones, aparte de la persecución incompleta, o tardía, de este cáncer que corroía y sigue corroyendo las relaciones humanas.