Recuperado de la visión de la dacha de Paulino Rivero, destapada por este periódico, concluyo que no pasa absolutamente nada. Joder si llega a pasar.

Y es que, a pesar de los pesares, el PP le saca entre 6 y 8 puntos al PSOE, lo que habla de la debacle socialista, que ha hecho buenos a UPyD y a la controvertida Izquierda Unida, ahora prodigio de honradez. Como saben ustedes, este es un país de terribles contradicciones.

He leído también en este periódico que el Gobierno de don Paulino, el dueño de la gran mansión, entrega mensualmente ¡cincuenta y nueve céntimos! a una madre que tiene que cuidar de su hijo con un 80% de discapacidad. Con 59 céntimos no se paga en la ferretería ni una tabica del ocho de las que forman el muro que rodea el palacete de doña Mena y don Paulino. ¿Que esto es demagogia? No, lo que me parece inmoral es que se construyan una mansión con la que está cayendo. Deberían ser más cuidadosos con las formas y contemplar, antes de poner el primer ladrillo, el sufrimiento de su pueblo. Sólo eso. Yo digo lo que pienso. Esto no me lo van a impedir.

El 2012 lo que nos deja es más pobreza y más incomprensión hacia los que sufren. Cada vez que pregunto a un tío del PP por lo que están haciendo pone cara trascendente, baja los ojos como si estuviera comulgando y me dice: "Era necesario". Sí, coño, era necesario pero tienen breada a la clase media y a los que no pueden pagar de verdad; y los ricos se escapan de su control, como se han escapado del control de Hollande, en Francia, con la colaboración del Tribunal Constitucional galo. Es que los ricos son gentes de recursos, escurridizos, no como los pobres, desunidos e ilusos, que sólo saben manifestarse y quemar algún que otro contenedor sin ni siquiera taparse bien la cara porque casi todos llevan gafas.

Esto es lo que nos dejó el 2012 y lo que nos va a empezar a exhibir el 2013, año en el que, además, Hacienda ya se mama el 20% de la lotería. Y cobra tres impuestos por décimo: uno, su porcentaje de beneficio en la propia compra; dos, el 20% de los premios; y tres, los impuestos por el rendimiento del capital (es decir, una parte de los intereses generados por el dinero del premio). Hay un cuarto robo: los billetes agraciados que se dejan de vender, que van otra vez al erario. ¿Y habrá todavía quien juegue a la lotería para que a uno le mamen hasta la suerte? Agradézcanselo a un tal Montoro, aquel que no rompía un plato en Intereconomía, antes de su himeneo ministerial. Puto país.