A mí me interesaba, más que nada, el hombre. Y por eso cultivé su amistad, desde el regreso hasta la muerte. Hicimos un programa inolvidable, "El Perenquén", lleno de golferías tan ocurrentes que harían sonreír al más triste. Paco Padrón metió en el proyecto a la heterodoxia ideológica: a Juan-Manuel García Ramos, a Ángel Isidro Guimerá, a Justo Fernández, a Antonio Cubillo y a mí. Una jaula de grillos que se convirtió en el espacio más visto de la televisión regional.

Hace unos meses, en "El Pole", recordábamos todo aquello con un Cubillo de color tirando a verde que se reía de haber metido a un cura de verdad, vestido de cura, en un entierro de la sardina. Era ocurrente, socarrón, mentiroso y genial. Y le dolía Canarias más que a nadie. Por eso había sido noticia ayer y era leyenda hoy. Y yo me siento orgulloso de haber sido su amigo y de no haberle cogido el teléfono para aguantarle sus rollos, más que de vez en cuando.

Le gustaba llamarme, además, para darme noticias de muertos. Yo creo que la última que me dio fue la de Lorencito Bruno, tan dispar y tan fan de Antonio. Y otro muerto que él veneraba mucho era su amigo Martín Tabares, aquel compañero suyo de profesión -habían estudiado Derecho juntos- que le lanzó una tarta de chocolate en un zapato al periodista Tinerfe, porque antes Tinerfe le había dejado caer un pollo en el borceguí de verano de Martín Tabares. Un duelo de titanes.

Cubillo tenía otro amigo: Antonio Tavío, uno de los pocos que lo fue a ver a Argel, aprovechando Tavío uno de esos viajes a África para vender zapatos a los negros, todos de un mismo pie. Los dos Antonios se descojonaban contándose las hazañas mutuas.

Se nos van los mejores, los que tenían cosas que decir. Cubillo se fue sin ver a su tierra liberada de los yugos. Intentaron matarlo en Argel y lo salvaron dos circunstancias: una, que la ciudad estaba desierta por un partido de fútbol y la ambulancia pudo llegar al hospital antes de que se desangrara; y dos, que había por allí un cura anglicano, el padre Blanc, que tenía el mismo grupo sanguíneo que él. Al clérigo le sacaron tanta sangre que casi lo matan para salvar a Cubillo. "Se te puso cara de cura", le decía yo, cada vez que salía a relucir la anécdota.

Era un genio. Tenía una teoría relativa a las apariciones de Lourdes con las que yo me descojonaba. Era tan disparatada, aunque probablemente cierta, que me prohibió contarla, yo creo que porque al final lo había tocado su fe antigua y medio borrada de su vida. No sé.

Maldita sea, y ahora se me ha muerto Antonio. Ya me quedan menos amigos, estoy asustado. No me gustaría que el día hubiera amanecido ayer tan triste y tan gris. Tan sin sentido y tan hijoputa de día. Adiós, amigo. Consérvese.