EN EL ACTO de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres se rindió un homenaje a la música, pero también a los periódicos de papel. Taxis forrados de papel de periódico, camiones camuflados con papel prensa y ciudadanos con traje de papel de rollo de impresión. Una belleza.

Era un mensaje para los incrédulos; el de que la prensa tradicional sobrevivirá a los tiempos; o quizá, quién sabe, un RIP por ella. Lo cierto es que vivimos una época de incertidumbre que ha provocado que muchos medios se queden en el camino. Pero el papel resiste. Porque no hay nada comparable, al menos para los que vivimos de esto y hemos estado en esto toda la vida, al olor de la tinta, a la textura del papel prensa. Aunque luego se cuelgue de donde se suele colgar para el menester conocido por todos.

Los periódicos digitales están muy bien, pero son entes carentes de emociones. El periódico de papel, su salida a la calle, su contacto con el operario y más tarde con el lector son sucesos repetibles, diarios, pero extraordinariamente emocionantes.

Un papel que se hace viejo cada día, que caduca cuando el sol se pone y que nace con las últimas oscuridades del amanecer. Un papel que ha sobrevivido siglos, pero a todo. A cambios sociales, a revoluciones traumáticas, a guerras terribles. Siempre sale el periódico. Siempre llega a manos del lector. Siempre sirve después para envolver el pescado y para preservar de golpes la vajilla en las mudanzas. Y para menesteres más escatológicos, que les ahorro.

Lo de Londres fue un homenaje al papel que ha signado nuestra existencia y que ha contado las vidas y las muertes de tantos. Se nace con una nota social y se muere con una esquela a dos columnas. Y, en medio, una eternidad.

Cuando murió la estenotipia y el plomo no necesitó que los impresores bebieran cada noche botellas enteras de leche, nació una nueva era, pero el papel era el mismo. A lo mejor más sueco o más finlandés o más blanco o de mayor gramaje, pero era el mismo. Y la tinta olía igual, pero cada color tenía su olor.

La Olimpiada rindió su homenaje al periódico tradicional en un Londres lleno de músicas que nos ponían los pelos de punta. Faltaron los Rolling. Pero eran todos los que estaban, sin duda. Un espectáculo en donde volvió a triunfar la Union Jack, que tanto les costó a los británicos.