SE ESTÁN cerrando bares, boutiques, oficinas de seguros, supermercados y tugurios del tarot para dar paso a las tiendas de compro oro, el negocio más rentable en los tiempos de crisis. Pero ustedes se asombrarían de los precios usurarios que establecen algunos listillos (otros son más honestos y consecuentes), que se aseguran su futuro estafando a los incautos y a los necesitados.

Las oficinas de compro oro florecen en las esquinas de pueblos y ciudades, al socaire de la crisis galopante. Aquí un reloj, allá un zarcillo, todo cae en manos de estas casas de empeño, o de artesanos de la fundición, que lo convierten en lingotes.

Vete tú a saber cómo toman algunos la legislación vigente. Lo cierto es que el negocio es rentable, que el control es poco y que en medio de personas decentes proliferan los sinvergüenzas que pagan según los precios que le salen de sus entrañas dudosamente limpias. Por lo que sugerimos a ustedes que acudan a centros de solvencia y no a cualquier mindundi que ha puesto un chiringuito para beneficiarse de la desgracia ajena, que como saben es mucha y lo será aún más, según los pronósticos.

Como este es un país de pícaros, la gente se ha puesto a comprar y a vender oro y otros metales preciosos. Los apreciados tesoros familiares acaban en estos centros de recepción de joyas que pagan por ellos cuatro perras. Cuántas ilusiones dejadas atrás y cuántas lágrimas para generar pequeños objetos, de valor desigual, que luego terminan siendo fundidos o cuyas piedras se montarán en otras joyas lejanas. Estos son también brillantes de sangre, en otra modalidad de aquellos diamantes logrados por esforzados esclavos en las entrañas de África. Y estos de ahora son otros esclavos, los esclavos de la crisis económica que nos llena de hambre y de ciertas necesidades inesperadas en el Estado del bienestar.

Compro oro, dos palabras mágicas en las esquinas de la crisis. El oro que adquirieron nuestros padres sirve ahora para aliviar el hambre. Es como el oro en tiempos de paz porque el oro de la guerra ya se encargaron otros de mamárselo, en ya lejanos años. Compro oro, tiendas de riqueza para unos y de lágrimas para otros, los que dejan sus joyas para no recuperarlas más. Y de felicidad para los que comercian con las joyas vendiéndolas a terceros mucho más caras de cómo las adquirieron. Es la ley de la oferta y la demanda llevada a su extremo más brutal.

En fin, compro oro. El oro de la crisis. Son centenares los locales adaptados a esta modalidad, naturalmente permitida y tantas veces salvadora. Pero tengan cuidado.