UN GRUPO de desalmados, partidarios del ex dictador Videla, escupieron, insultaron e intentaron agredir al ex juez español Baltasar Garzón, procesado por el Tribunal Supremo y actualmente asesor del Tribunal Internacional de la Haya.

¿Qué pintaba Baltasar Garzón asistiendo a un juicio contra el ex dictador Jorge Videla, en Buenos Aires? Unos dicen que fue a provocar y otros a mostrar su rechazo a las dictaduras y a los delitos de Estado. Lo cierto es que el propio Videla y otros 24 acusados de crímenes de lesa humanidad abandonaron la sala de vistas, en protesta por la presencia del ex magistrado de la Audiencia Nacional.

Al margen de que Videla es un reconocido sinvergüenza internacional, no parece prudente la presencia del ex juez en este acto judicial. Garzón hace tiempo que quiere ser, como la canción de la difunta Cecilia, el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Se apunta a todas. Además, como quien le llevó a La Haya fue un fiscal argentino amigo suyo, parece que desea influir en aquella justicia para que condenen a Videla y a otros de su cuerda. No creemos, sinceramente, que haga falta esa presencia para concluir que Videla, de 84 años, y sus secuaces merecen un castigo. Pero de imponer, en su caso, las penas que procedan se encargará el tribunal argentino que lo juzga.

Garzón debería saber que con su presencia crispa a los partidarios de Videla -a lo mejor era esto lo que quería- y perturba la celebración del juicio. La imparcialidad de un hombre de la justicia queda muy tocada con excursiones como ésta, alguna de las cuales le ha valido al ex juez quedar en entredicho ante la justicia. Baltasar Garzón se enfrenta, al menos, a dos causas graves contra él instruidas por el Tribunal Supremo.

Y si es verdad que actúa como asesor del Tribunal Internacional de La Haya -una figura que algunos cuestionan- no parece prudente que aterrice en Eceiza con el propósito de influir en el juicio contra Videla y los suyos, alterando la normal celebración de la vista.

Garzón se ha convertido en una persona irreflexiva, con un desmedido afán de protagonismo y con la extraña habilidad para crispar al menos a una buena parte de la sociedad. Y un juez no es esto. Un juez debe ser todo prudencia y respeto; y aunque él haya dejado de serlo, puede que temporalmente o puede que para siempre, ya tiene edad y experiencia para haber aprendido la lección.