NO TIENEN recato a la hora de destrozar el país con la apertura de heridas que la Constitución había cerrado: las de la guerra civil. España es una pasa, un país ajado por la torpeza de unos gobernantes que han permitido que banderas que no corresponden se hayan echado a la calle, ¿a pedir qué? A pedir la confrontación entre los españoles, dudando de sus instituciones y protegiendo las ideas alocadas y las posturas inverosímiles de quienes (tipo Garzón) han hecho del solar un campo de batalla, consciente o inconscientemente. Porque Garzón no es un juez, Garzón es un político.

Posturas peligrosas, en gran parte azuzadas desde el propio Gobierno de un presidente totalmente noqueado por sus propios despropósitos, que no dejan ver la verdadera raíz del problema: una terrible crisis económica que en Canarias se nota mucho más y que acabará con una España -y unas Canarias- llenas de hambre y de intolerancia. Porque el hambre lo altera todo, la voluntad, la paz, la ideología, todo. El hambre que para unos está a la vuelta de la esquina y que otros están padeciendo, día a día. Esto es lo que quiere ocultar Zapatero: su incapacidad para sacarnos de la crisis y no le importa que España se divida, ni tampoco que los canarios estemos a la cola de la economía nacional.

No le importan las manifestaciones contra el Tribunal Supremo y a favor de un juez que no puede vivir sin acariciar con enfermiza contumacia su vanidad. No le importa que se quiebre el Estado de derecho con una ley -la de Memoria Histórica- cuyo fin no es hacer una labor de justicia que ya había cumplido la Constitución, sino dividir al país y abocarlo a su destrucción, tal es su carácter.

Cuando Zapatero se vaya por las buenas, o cuando sus propios compañeros de partido más consecuentes lo echen antes del descalabro final, tendrá tiempo para reflexionar sobre su perversidad y su poco patriotismo. Las leyes se dictan para unir a los habitantes de un país, no para separarlos. Y él ha hecho todo lo contrario. Nos ha metido en un retraso de 40 años, tanto en lo económico como en lo social. Nos ha situado en la cola de Europa y con un nivel de decrecimiento a la altura de Haití. Va a costar un cuarto de siglo salir de esta encrucijada en la que nos ha metido un Gobierno cuyos integrantes principales han desaparecido. Estos son datos de prestigiosos organismos internacionales, pero el Gobierno sigue sin verlos. En su torpeza, no ha dictado ni una sola norma válida para devolver la confianza al consumidor, proteger a las pequeñas y medianas empresas y reducir las listas del paro. Ya sabemos que lo hemos repetido durante dos años seguidos, pero este Gobierno de torpes ni siquiera sigue los consejos de quienes con- tradicen su estupidez secular.