José Luis Rodríguez Zapatero eligió la Semana Santa para llevar a cabo la remodelación de su Gobierno y, de paso, dejar a sus ministros -no todos, como ya ha quedado demostrado- sin vacaciones, lo cual de cara a la opinión pública queda muy requetebien. Como también es muy interesante, y por ello no escatiman medios para que todos los españoles lo sepan, conocer la maratoniana sesión de reuniones que estos días mantiene la nueva vicepresidenta segunda y ministra de Economía y Hacienda, Elena Salgado, con sus compañeros de Gabinete para analizar la estrategia a seguir a partir de ahora contra la crisis. No es cuestión de sembrar dudas, a las primeras de cambio, sobre la verdadera eficacia de esos encuentros, pero no deja de sorprender el interés del Ejecutivo de Zapatero de publicitarlos. ¿Será para evidenciar que el nuevo equipo de Zapatero tiene las pilas cargadas y está dispuesto a poner coto a los efectos de la crisis? Podría ser. Otra cosa es que lo logren por este camino.

También el alcalde de Santa Cruz, Miguel Zerolo, después de casi tres meses deshojando la margarita y dejar que la crisis ahogue un poco más a los pobres chicharreros, decidió esta semana realizar pequeños cambios en el gobierno de la capital tinerfeña. Nada que ver con lo anunciado a mediados de enero. Algunos analistas -así les gustan que les llamen- se han apresurado a poner negro sobre blanco que en la remodelación de Zerolo hay un claro triunfador, que no es precisamente el pueblo de Santa Cruz, sino el primer teniente de alcalde. Quizás pecan de ser demasiado precipitados. El alcalde de Santa Cruz es perro viejo y aunque en un primer momento la jugada no salió tal y como él pretendía, los últimos movimientos no están destinados a engrandecer la figura de su lugarteniente, por mucho que a éste y alguno más les gustaría que así fuera. En política es muy importante medir los tiempos y mientras Zerolo ha demostrado hasta ahora que tiene talento para ello, su socio de gobierno se ha caracterizado por todo lo contrario. Baste como ejemplo su fracaso en el último congreso insular del PP. Las prisas no son buenas consejeras y, al igual que a la hora de coger un coche hay que tener muy claro que lo primordial es llegar al destino y lo secundario cuándo se llega, a la hora de entrar en política y gobernar lo importante es satisfacer los deseos de aquellos a los que uno representa -municipio, isla, comunidad o Estado- no las ambiciones personales, por muy lícitas que éstas sean. No todo es salir en la foto.