Se acabaron las contemplaciones. El palmero Antonio Castro, presidente del Parlamento, practicó ayer el ordeno y mando, poco habitual en él, ante la jauría de diputados que trataba de buscar subterfugios en el reglamento de la Cámara para pedir la palabra cada dos por tres. Muchos han llegado a creerse con el derecho a hablar, incluso, para responder a si una mosca se ha posado sobre su escaño.

Castro ha sido criticado en reiteradas ocasiones por su "mano blanda", por no saber conducir los debates y permitir que los parlamentarios se le suban a la chepa. Y son críticas provenientes, además, de los mismos que abusan de su turno de intervención o que no escuchan al presidente cuando los llama al orden.

El que en ocasiones se ha denominado "gallinero" como sinónimo de hemiciclo no tuvo ayer su mejor día ni estuvo a la altura que se le presupone a sus miembros. Desde alguna parte del salón de plenos, durante la intervención de un diputado, pudo escucharse nítidamente cómo alguien pidió silencio, casi a la desesperada, mediante el popular ¡shhhhhhhhhh! (qué difícil el mundo de la transcripción de la onomatopeya).

Pero ayer, también, se produjo algo inesperado y quizá sea un punto de inflexión. O no, porque en Teobaldo Power nunca se sabe. Pues bien, enfrascado el hemiciclo en el ya cansino "pido la palabra" por alusiones, por el artículo enésimo segundo, para aclarar la postura del grupo o para pedir hasta la remodelación del Gobierno de Zapatero -ya da igual a estas alturas el medio utilizado, lo importante es conseguir la palabra-, Antonio Castro se impuso: "Bueno, por muchos aspavientos que hagan, aquí está la Mesa y es la que otorga el turno de intervenciones", espetó.

Esta manida frase podría formar parte perfectamente del rosario de enunciados del presidente que caen en saco roto, pero lo novedoso fue que Castro practicó sus advertencias, por una vez, por primera vez, por fin. Cortó los micrófonos y siguió adelante con el siguiente punto del orden del día.

Quizá desde la tribuna de prensa no pudo apreciarse bien el gesto de su cara tras su revolucionaria actuación, pero sin duda fue la de alguien que hace algo que está deseando hacer hace tiempo y que hasta este momento no se ha atrevido. Una cara a medias entre la sorpresa por su atrevimiento y la satisfacción.

De resto, la sesión plenaria de ayer fue, como casi siempre, aburrida. La actuación del trío palmero -Manuel Marcos Pérez, Asier Antona y José Izquierdo- para debatir una moción socialista que instaba al Gobierno canario a aprobar una ley para paliar el coste de la doble insularidad provocó ese pensamiento, común en muchos, de que los palmeros son seres especiales, diferentes, unidos hasta en la adversidad. Más que nada, porque parece ponerse de moda que en los temas que afectan a todo el Archipiélago si quien plantea una iniciativa es de La Palma, le responde otro diputado de la misma isla, se hable de este mismo asunto, del tomate, de la cochinilla, de las listas de espera o de la creación de un programa sobre África en la Televisión Canaria (esto último también se debatió ayer con el apoyo unánime de toda la Cámara, aunque suene a invento).

Esperemos que la próxima cita plenaria, que será el Debate sobre el Estado de la Nacionalidad, no vuelva a ser un gallinero. De Castro dependerá.