He tratado de descubrir, entre cientos de escrituras de historiadores canarios, la procedencia de los perros en Tenerife y todos, sin excepción, me han llevado a la definitiva conclusión de una llegada pareja de guanches y perros a la Isla. Entre los historiadores que más han hablado de estos perros –existe muy poca información–, no obstante he descubierto interesantes datos en fray Bartolomé de las Casas y Eduardo Pedro García Rodríguez, un curiosísimo personaje que ha quedado para nuestra historia como el boticario español que se estableció en La Orotava, Chinet (Tenerife) a finales del siglo XIX. También Cipriano de Arribas y Sánchez, en su obra “A través de las Islas Canarias”, recoge una antigua narración guanche de boca de un anciano del lugar de Vilaflor, detentador de la “Tumusni” o historia oral del pueblo guanche que, al igual que en el resto de los pueblos imazighen continentales, se trasmite de generación en generación.

El pueblo guanche llegó con dos razas de perros a las Islas: unos pequeños denominados “canchas” y que hoy conocemos como “satos”, animales de pequeña alzada, pero dotados de una extraordinaria bravura, y los “tibicenas”, también llamados “guacanchas”, que nada más pisar tierra se perdieron durante años y que posteriormente en la mitología guanche eran demonios o genios malignos en forma de perros oscuros. La creencia en perros demoníacos estaba extendida en los aborígenes de todas las Islas. En yacimientos del barranco de Santos y las Cañadas del Teide, en Tenerife, y en el barranco de Guayadeque, en la denominada Gran Canaria, se han encontrado cráneos de perros desconocidos de gran tamaño, por lo cual la mitología en torno a los tibicenas pudo haber tenido una base real. Se cuenta que para los aborígenes guanches de Tenerife estos perros demoníacos eran los hijos del demonio o diablo Guayota, el dios maligno oscuro. Según las creencias guanches, un día el demonio Guayota raptó al dios Magec, el sol, y lo llevó consigo al interior del volcán del Teide y sumió el mundo en las tinieblas hasta que Achamán (dios del cielo) lo rescató. Durante aquella larga noche nacieron los tibicenas. Aparecieron sin que ningún rastro los trajese, huyendo del dañino sol, hicieron de las cuevas y los fondos de las profundos barrancos su hogar, escarbando en lo profundo de las montañas durante el día, en su afán de huir de la luz. Según la leyenda, los tibicenas merodeaban de noche, sus aullidos llenaban el aire y en los barrancos aguardaba el daño y la muerte, el fuego rojo de sus ojos incendiaban lo oscuro. Se creía que descendían de las montañas para devorar el ganado sagrado.

Fernando Gracia (periodista y escritor)