Hubo un lejano tiempo en que la vida del hombre dependía de algo tan notable o simple como el fuego. Su supervivencia estaba absolutamente ligada a él y como una medicina mágica le era imprescindible en todo tipo de acciones rutinarias, desde la alimentación, a la iluminación, pasando por protegerse de las bajas temperaturas de los territorios altos de las Cañadas del Teide hasta para curtir y secar pieles con las que cubrirse y, por supuesto, como medida de ahuyentar a las fieras.

Mas al llegar al epicentro del fuego hay dos preguntas que hacerse, la primera no tiene respuesta y la segunda si como puede verse plásticamente en esta ilustración que este domingo publica José Carlos; un hijo adolescente y su padre se encuentran en plena andadura y de cara al día que va cayendo se enfrentan con el grave problema de obtener fuego.

Iniciemos primero la pregunta a la que los historiadores más preparados nunca encontraron respuesta: ¿Conocían los guanches el fuego cuando las embarcaciones que abordaron las playas canarias llegaron de un lugar que aún no ha sido precisado con exactitud?

Si la pregunta se la pudiéramos realizar a Gerard Brach, guionista de la mítica película "En busca del fuego", dirigida por Jean Jacques Annaud, la respuesta sería contundente: no.

Todo parece indicar que el pueblo guanche no llegó a Canarias de forma casual, y mucho menos con aire de conquistadores era una población que se abandonaba en algún lejano lugar y posiblemente procedentes de encarcelamientos o retenciones con lo cual su preparación para una vida libre era limitada, tanto que su llegada a tierra suponía un todo por descubrir.

En el cuadro de José Carlos los protagonistas si conocen el fuego, aunque no lo tengan en ese momento, y para ello el varón se inclina a la tierra donde ya ha buscado determinadas ramas y hierbas para mediante frotación dedicar el tiempo necesario hasta la salida de la milagrosa chispa de la que más tarde nacerá el fuego.

El investigador canario Francisco Sunta Peraza ha llegado a realizar dos espléndidos cortos sobre el descubrimiento del fuego por parte de los guanches con escenarios naturales y ropajes e instrumentos realizados para dichas filmaciones.

En ellos se aprecia como seleccionaban maderas blandas como la juapara y el valor que le otorgaban a determinados hongos que una vez secados durante meses al sol, se machacaban entre dos piedras para obtener un producto muy propenso a la chispa, una especie de pólvora.