La magia oculta del silbo herreño

El silbo del Hierro cuenta la vida

Más desconocido que el de La Gomera, la obra de Tarek Ode hace un viaje en el tiempo, un recorrido pausado por esa manera mágica y fascinante de comunicarse | En este trayecto de 47 minutos hay tiempo para asomarse a la vida, con ese caminar lento

Vidal Acosta Gutiérrez, silbador. |

Vidal Acosta Gutiérrez, silbador. | / TAREK ODE

Concha de Ganzo

El sonido del viento parece el bramido de un dragón furioso. Cuando sopla entre barrancos y valles ondulados da la impresión de soltar improperios, grita hasta que asusta. Tal vez es que ese sonido no se entiende, y para entender al viento hay que saber escuchar, y en eso los herreños son maestros.

Fotógrafo, guionista y director, el tinerfeño Tarek Ode ha tardado cinco años en culminar su cortometraje ‘El silbo en la isla del viento’

Dice Adela Padrón que en El Hierro casi todos son poetas. Y será verdad. Poetas de la vida, que guardan sus esencias para que no se pierdan o para que nadie pueda dañarlas, como el silbo. Esta forma de comunicarse que inventaron los pastores y las campesinas para entablar conversaciones sencillas, dar avisos de un barranco al otro, de una montaña al valle, ha logrado mantenerse en el tiempo, resguardado entre paños secos. Lo fascinante de esta práctica, mucho más desconocida que ese otro silbo hermano, el de los gomeros, es que se ejecuta de manera idéntica y su origen parte de la misma necesidad: la única posibilidad que tenían de mantener una comunicación sencilla en medio de un paisaje esquivo y altanero. La diferencia es que los silbadores herreños, fundamentalmente pastores de ovejas y cabras, decidieron ocultar este tesoro, como si nunca hubiera existido.

(L)  | TAREK ODE

Otros de los silbadores que aparecen en el documental. / concha de ganzo

José Gavilán, presidente de la Asociación del Silbo Herreño, considera que los silbadores, hombres y mujeres, llegaron a sentir vergüenza de esta práctica, «pensaban que esa herramienta que habían heredado de sus abuelos ya no servía, estaba en desuso». En un curioso caso de complejo de inferioridad temían que no se les valorara, y muchos silbadores, durante demasiados años, llegaron a negar que sabían silbar. Ahora, ya no. Para Juan Francisco Padrón, Lalo Fonte o Aurelio Ramón, el mejor silbo, el más auténtico, es el que nació en El Pinar. Y al decirlo sonríen abiertamente, orgullosos de saber utilizar una herramienta que fue vital en sus vidas, y en la vida de sus padres y abuelos.

Muchos silbadores herreños llegaron a negar durante años que sabían silbar por vergüenza o por entender que era una herramienta en desuso

El catedrático de Lengua española Marcial Morera explica que el silbo en general es un sistema sencillo de comunicación, «se emplean dos vocales y cuatro consonantes», y con este vocabulario mínimo son capaces de entablar conversaciones sin demasiada complejidad. Morera considera que el papel fundamental en esta charla de pocas frases recae en el que escucha, «el silbador oyente se vale del contexto para entender lo que se le dice. Es más difícil escuchar y entender lo que se silba, que el ejercicio de silbar».

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Otros de los silbadores que aparecen en el documental. / concha de ganzo

Y esta herramienta antigua que se utilizó por necesidad ante una realidad abrupta parece que alza el vuelo, y se consolida como una manifestación cultural que ya no sólo se reconoce desde hace décadas en La Gomera, también en El Hierro con la irrupción de numerosos silbadores que ceden el testigo a nuevas generaciones. En Gran Canaria han comenzado con la recuperación del silbo, lo que deja al descubierto la realidad de una práctica que se niega a sucumbir.

Más allá del silbo

La trama deliciosa de este documental no se detiene únicamente en el silbo, este trabajo es más profundo y diverso. Es verdad que comenzó con la idea de mostrar esta vieja herramienta de trabajo y de comunicación. Y así puede verse esa forma de meterse dos dedos en la boca, el índice y el anular, y entonces el silbador deberá acercarse al borde de un camino, a lo alto de una montaña, y lanzar un nombre, para que el que escucha esté atento. Después llega el recado sobre las cabras que hay que ordeñar o las ovejas que van a esquilar.

Otro de los participantes en el cortometraje ‘El silbo en la isla del viento’. | TAREK ODE

Otro de los participantes en el cortometraje ‘El silbo en la isla del viento’. / concha de ganzoc. de ganzo

Tarek Ode decidió ir más allá, y se puso a indagar en esa manera sosegada de ver la vida, con sus carencias, sus costumbres y el folclore herreño, que suena como la música que lleva a la isla de antes y de siempre.

La voz dulce de Angélica Pérez rememora a aquella otra voz que fue Valentina la de Sabinosa, en su recordado Arrorró, en el Baile del vivo, y esas voces con el tambor y las chácaras resuenan de fondo en este documental que recorre la isla del viento en un ejercicio de regusto por el paisaje, por sus gentes, y por la memoria de los que mantienen vivo el silbo herreño como seña de identidad.

El origen del silbo herreño igual que el gomero hay que buscarlo en la necesidad que tenían los pastores de comunicarse en una orografía esquiva

Tarek se detiene a escuchar los poemas que recita Adela Padrón, y las historias de los huidos, los hombres que se escondían de los guardias civiles en los años de la dictadura. La falta de agua, de comida y de burros es una constante que marca la historia de las islas durante la posguerra. Y entonces, en una de esas entrevistas inesperadas, aparece Pedro Quintero con su perro y sus ovejas. Mira fijamente a la cámara agarrado a su palo de pastor y proclama una verdad sin fisuras: el amor, dice, son las ovejas de uno. Lo demás carece de importancia.

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Ode, durante el rodaje. / c. de ganzo

Este viaje de pasos lentos está salpicado de hermosas imágenes de dron que ofrecen desde arriba, desde el cielo, la visión sublime de las montañas rugosas, escarpadas, el bosque de laurisilva y las sabinas retorcidas, secas, inmortales y de fondo el viento que grita, o tal vez habla, pero no lo entendemos. Los herreños seguro que sí.

El largo camino de los sonidos del viento

Durante cinco años, el equipo de Tarek Ode ha trabajado para poder acabar este documental de 47 minutos. Una elaboración minuciosa, un trasiego de idas y vueltas con el único propósito de vencer las resistencias de los herreños. En las llamadas islas menores cuesta llegar al fondo de las cosas. En general, la gente se muestra más reacia a mostrar su interior, sus sentimientos se esconden como orugas. Tal vez, históricamente, han sido los pueblos peor tratados, y por eso prefieren guardarse, esconder sus tesoros. Tarek cuenta que le costó ganarse esa confianza, «me di cuenta de que necesitaba más, te cuesta llegar hasta ser capaz de leer el paisaje y la vida como lo leen ellos».

Y en esa búsqueda, en ese aprendizaje, reconoce que descubrió sentimientos que no esperaba. Cambió él y cambió la forma de ver las cosas. Después de una larga trayectoria como fotógrafo, guionista y director de documentales aprendió el arte del sosiego, de mirar a la vida sin sobresaltos, destacando la importancia de cosas mínimas y esenciales. Tal vez por eso decidió comenzar este trabajo con una cita elocuente: «Mi espíritu duerme en las piedras, sueña en las flores y canta a través de los pájaros» del escritor y gurú hinduista Paramahansa Yogananda.

El cortometraje El silbo en la isla del viento, que se estrenó el pasado 14 de marzo en la isla del Hierro, y que se verá próximamente por toda Canarias, cuenta con el apoyo de la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Canarias. La idea de los promotores de este trabajo es que pueda llevarse a festivales en los que el silbo herreño sea descubierto como una seña de identidad clave en el desarrollo y la historia del Hierro, y de Canarias.

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