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El primer Pritzker africano

El galardón más importante del ámbito de la arquitectura distingue este año a Francis Kéré, un profesional que usa técnicas y materiales relacionados con lo local

Escuela primaria en el poblado natal de Kéré, Gando, Burkina Faso, 2001. | El Día

El premio Pritzker es el galardón de mayor importancia en el mundo de la arquitectura. Equivalente al Premio Nobel en Literatura. Elegir a Francis Kéré no solo es solo un gesto simbólico, que lo es en esta época tan llena de mil demandas de identidad y reconocimiento de los que no están en el centro, sino en las periferias, ahora que se exige a las instituciones que representen de manera más objetiva las realidades sociales, culturales y sexuales que integran nuestras sociedades, y también confirma el giro del actual jurado del Premio Pritzker.

Desde su creación en 1979 el premio Pritzker se entendió como un premio a la trayectoria (Philip Johnson, Oscar Niemeyer y Aldo Rossi, por nombrar algunos). En los 90 giró hacia la coronación definitiva de los arquitectos estrella (como Norman Foster, Herzog & de Meuron y Zaha Hadid, entre otros) y en la última década han resaltado los arquitectos relacionados con el compromiso social, con figuras menos mediáticas como Shigeru Ban (2014), Lacaton & Vassal (2021), sin olvidar algunas trayectorias, llegando casi al límite de su vida a reconocer la trayectoria de Frei Otto (2015), Balkrishna Doshi (2018) y Arata Isozaki (2019) y este año, una figura especial pero no poco mediática. Yo no definiría así a Francis Kéré, sino como una mezcla de arquitecto mediático, arquitecto de alta calidad y sólida trayectoria, y a la vez representante de una periferia económica, África.

Su trayectoria profesional está moldeada por el lugar que le vio nacer, como ocurre, por cierto, con casi todos los arquitectos periféricos y ultraperiféricos (como el hindú Doshi). Ese lugar donde nació, un poblado de Burkina Faso llamado Gando hizo de él un arquitecto con una filosofía y principios arquitectónicos propios influenciados por su paisaje natal.

Aunque también era un privilegiado dentro de su pequeño círculo, pues fue el hijo mayor del jefe de su comunidad y el primero en asistir al colegio. Gracias a becas pudo estudiar carpintería y años después arquitectura en Alemania, en la Technische Universität de Berlín. Su forma de empezar a construir es lo que lo hace para mí un personaje excepcional: puso en marcha su propia fundación para financiar su primer proyecto con subvenciones, que fue una escuela primaria en su pueblo. Ya ahí utilizó técnicas constructivas llenas de sentido común, las relacionadas con lo local, con lo que ya sabían hacer las personas que vivían allí y con materiales de proximidad.

Suele utilizar ladrillos baratos, de arcilla y barro, habituales allí y con un rendimiento térmico adecuado al clima de Burkina Faso. Otra acción que me lleva a ver a Kéré como un arquitecto especial es el hecho de que su fundación no solo promueve arquitectura allí donde es difícil que la arquitectura de calidad llegue, sino que además forma a los trabajadores locales, porque esto le permite abaratar los presupuestos constructivos y al mismo tiempo dar a dichos trabajadores un futuro mejor.

Escuela secundaria Liceo Schorge, Koudougou, Burkina Faso, 2016. El Día

Tuvo mucha suerte al obtener por ese primer proyecto otro de los grandes premios internacionales de la arquitectura, el Aga Khan Award en 2004. Sabiendo que su fórmula tenía éxito la ha repetido en innumerables ocasiones, en zonas rurales africanas y en algunos enclaves urbanos poco articulados, donde Kéré diseña entre el paisaje y la funcionalidad del proyecto y su entorno urbano. Son obras, proyectos, donde nada sobra, muy sostenibles en su esencia. La sostenibilidad del sentido común que da a los arquitectos de lugares con escasez de recursos un plus de exigencia que lleva al límite el desarrollo creativo. Esto ocurre también con muchos arquitectos de espacios pequeños y aislados, como las islas del mundo, donde los arquitectos de calidad están acostumbrados a aplicar esos principios aprendiendo del aislamiento del lugar en el que actúan sin dejar de tener una mirada amplia. El Pritzker ha mirado ya a la mujer arquitecta, a los países pobres, a las trayectorias coherentes. Les queda un reto: mirar hacia los lugares pequeños del planeta y ver qué sucede allí.

Dulce Xerach Pérez. Abogada y doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea

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