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La vela que va delante es la que alumbra

CANARISMOS

La vela que va delante es la que alumbra

El dicho puede sugerirnos la imagen metafórica de los cirios o velas que portan los devotos en las procesiones y romerías caminando hacia un santuario o cualquier otro lugar de peregrinación. En este andar lento y en hilera, por un sendero que suponemos angosto, la primera vela, «la que va delante», es la que escandila (’encandilar’, de candil) el camino y sirve de guía, pues las que les siguen detrás opacan su luminosidad por la sombra del caminante que las precede. De modo que, en sentido figurado, referido a las personas, se puede decir que «el que va delante», el primero, es faro y guía, quien divisa antes el final del sendero. A través de esta metáfora se invita a «coger la delantera», a espabilar y a ser diligentes tomando la iniciativa antes que otros, y así aprovechar las oportunidades que se nos ofrecen porque el que «va delante» es casi siempre el que llega primero y obtiene su recompensa o goza de una posición privilegiada. En este sentido el dicho se puede entender como sinónimo de aquel otro que dice: «El primero que anda, manda» (o «el primero que llega, ese se la lleva»).

Las formas que se emplean en Canarias son fundamentalmente dos y difieren entre ellas en que alternan el sujeto de la oración, «la vela» por «la luz». Pero, sin duda, se trata de un antiguo refrán de ámbito universal, aunque de origen impreciso. Entre las versiones documentadas más antiguas de este registro encontramos esta que recoge Antonio Mª Herrero en su Diccionario Universal de la Lengua Francesa y Española (1744): La chandelle qui va devant éclair mieux, que celle qui va derrier («la candela/vela/luz que va delante alumbra mejor, que la que va detrás»). La expresión se empleaba tradicionalmente «para burlarse de los que esperan a la hora de la muerte para hacer algunas liberalidades». Tenemos, pues, un significado de mayor precisión al sentido que se le da en Canarias y que probablemente se acerque a la raíz etimológica. En la que la luz podría referirse a los cirios que se encienden en torno al difunto en los velatorios. Instando con ello a ser presurosos y tomar la iniciativa lo antes posible, mientras se reprocha a quien espera a última hora para reconciliarse y ordenar las buenas obras. Se encomia así la actitud de quien lo hace sin esperar a que «le llegue su hora», ya cuando casi no hay remedio. Pero la metáfora de las velas también podría estar relacionada con la veneración mariana de la Candelaria (cuya forma perifrástica es de las candelas, que hace referencia a su etimología), celebración que con distintos nombres y costumbres se da en diversas partes de Europa y en Canarias. El sentido original del refrán bien podría referirse al simbolismo de las «candelas» bendecidas en la festividad de la Candelaria. Según una antigua tradición, estas velas se guardaban en casa y se encendían durante las tormentas o «se ponían en manos de los moribundos». Y esto parece casar con el sentido del dicho en origen, en cuanto a su empleo para reprochar a quien se espera a yacer en el lecho de muerte para acometer las buenas obras o entregarse a las liberalidades (lo que sería algo así como «acordarse de santa Rita cuando truena»); infiriéndose que son los actos de esta misma naturaleza cuando se realizan antes de que se produzca esta situación límite o cualquier hecho infausto, los que más destacan (los que más «brillan», «los que más alumbran»). En sentido figurado viene a decir que no hay que esperar al final ni «dejarse ir» para afrontar lo que se debe hacer, pues el que se muestra diligente y toma la iniciativa casi siempre se ve favorecido, y no se arriesga a perder las oportunidades que se le surgen. En definitiva, sea cual sea el origen de esta paremia, el sentido viene a ser sustancialmente el mismo, que no hay que dejar las cosas para después, sino que mejor afrontarlas cuanto antes [o como dice el refrán: «No dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy»]. Porque de lo contrario se corre el riesgo de «esperarse a los huevos del gallo» que se dice cuando se ha perdido la oportunidad definitivamente, por lo que resulta inútil cualquier expectativa.

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