Nació en Elisavetgrado (Ucrania) en 1992 pero se crió en el sur de Tenerife. Estudió en Salamanca, vive en Madrid y tiene un suave acento andaluz heredado de su padrastro. Dimas Prychyslyy acaba de publicar No hay gacelas en Finlandia, ganadora del Premio Primaveras de Novela. En esta entrevista habla de su obra, referentes y de la influencia de esa niñez vivida entre hoteles en su forma de contemplar el mundo.

Actualmente reside en Madrid. ¿Regresa a Canarias con asiduidad?

Voy poco. Me crié en el sur de Tenerife y después me fui a hacer la carrera a Salamanca. Luego estuve por Andalucía y ahora, como todo el mundo, aterricé en Madrid tras esa promesa de un futuro mejor.

¿Tenerife jugó algún papel en su decisión de escribir? ¿Haberse criado en Canarias le ha marcado?

Hombre, claro. Aunque parezca un tópico, en mi caso hubo dos profesores que me inyectaron esta cosa de la lectura y acabé estudiando Filología. Me formé en Tenerife como lector y luego también como escritor. Luego, además, en Ediciones Idea me publicaron mi primer poemario, con 18 años. Pilar Pomares era entonces la editora. Imagínate: llegué, puse el manuscrito en la mesa y me llamaron a la semana para sacarlo. Fue de locos. El poemario es malísimo por cierto. Pero bueno, son pecados de juventud como decía Nicanor Parra.

La poesía estuvo en sus orígenes como autor. ¿Seguirá cultivando ese género?

Sí. De hecho, este mes sale un poemario nuevo con una editorial pequeñita de Málaga. La poesía es un género que te maltrata pero del que es muy complicado divorciarse. Es una relación tóxica y la culpa es siempre de ella, de la poesía.

No hay gacelas en Finlandia, su último libro, tiene un arranque muy cinematográfico: un joven se ha quedado en paro, pasa las horas de la que era su jornada laboral metido en el metro y allí encuentra un papel.

Eso es más viejo que el hambre. El recurso este del manuscrito encontrado es muy habitual. Lo que pasa es que Fernando de Rojas y Cervantes lo encontraban por los mercados o en las cuevas y este chico lo encuentra en el metro. Es una forma de traer esos recursos a la actualidad. Tanto el protagonista –Mario– como el resto de los personajes integran un elenco de raros, de gente marginal en múltiples sentidos.

No es la primera vez que aborda personajes de ese tipo. Es el caso de los relatos de Con la frente marchita, donde escribió de personas como Lolita Pluma o Carmen de Mairena.

Lo de raro y normal son palabras que lo único que quieren decir es que no eres como el resto o como la mayoría. A mí me interesa eso de traer el margen al centro. El margen es margen porque nadie se ha fijado o se ha fijado solo de una forma anecdótica, como de pasada. Si es verdad que en libros anteriores hay temas que van desde la mendicidad a la prostitución o al mundo gay. Son asuntos que cultivo y aquí vuelvo a ellos casi que con más detalle. Digamos que la historia es una novela dentro de una novela y esa historia está basada en un caso: una serie de asesinatos que tuvieron lugar en Tenerife. Era una familia alemana con unas creencias un poco extrañas. Fue en los años setenta. Está inspirado en un caso real, lo saqué de la prensa. El personaje que está en Madrid e inicia esa búsqueda a partir del papel encontrado en el metro da con una de las supervivientes de esta historia familiar.

Hablando de esos márgenes por los que suele transitar con sus personajes. Haber sido un niño de origen extranjero en el sur de Tenerife, donde las escuelas están llenas de niños y niñas de todas las nacionalidades, le habrá conferido una mirada singular, ¿no?

Fíjate que esto lo he hablado muchas veces con Andrea Abreu. Lo que pasa es que ella habla desde el otro lado del Teide. La historia que puedo contar es la de este lado, donde nos orientábamos por los hoteles. Se daban las indicaciones con sus nombres: dobla la esquina del Vulcano y apareces en Las Palmeras (risas). Espantoso. En primaria vivía en una zona de campos de golf en San Miguel de Abona. Allí no te atendían en castellano y todo el mundo hablaba en inglés. Era una sociedad de ingleses y yo no hablo inglés, imagínate el drama. Era como el exilio dentro del exilio. Había cosas como ir caminando a Los Abrigos porque la guagua pasaba cada vez que quería para ir al videoclub o quedar con los amigos con una semana de antelación. No había ni cine en el sur. Claro, ese aislamiento también influye porque tiras de libros, tienes que pasar el tiempo y en aquellos años no había Tik Tok. Por otro lado, esa cosa de que te preguntaran que de donde eres o esa palabra de extranjero me la topé yo aquí en Madrid. En Canarias eso carecía de total importancia, no sé cómo será ahora. Entonces nadie te preguntaba, a nadie le interesaba. Mientras se te entendiera al hablar era suficiente. Ahora parece que es súper importante de dónde eres. El lugar de nacimiento me parece un asunto totalmente accidental, no es donde naces sino con quién paces.

¿Sus referencias son exclusivamente castellanas?

Es curioso que siendo el ruso mi lengua materna, no es mi primera lengua. No soy bilingüe y la verdad es que es algo raro. Hablo ruso con acento y con dificultades. Mi lengua materna, sin serlo, es el castellano.

¿Cuáles diría que son sus autores favoritos?

Podríamos estar dos horas hablando de eso. Suelo mirar siempre más hacia América Latina. No porque aquí no haya habido, ni haya, buenos autores. Es por una cuestión de probabilidades: son 19 países contra uno. En Canarias siempre se ha mirado mucho hacia ese lado, hacia el Atlántico. De hecho, se nota. Yo le digo a Andrea Abreu que ella es una escritora latinoamericana, aunque no sea consciente. Sus registros e influencias son de América Latina y eso es muy interesante. Precisamente en Salamanca, en la Facultad de Filología teníamos Literatura Hispanoamericana por los vínculos históricos que tiene la universidad con América Latina. Tuve la suerte de que me explicaran a grandísimos autores a los que les debo casi la totalidad de mi producción: Pedro Lemebel, Néstor Perlongher, Virgilio Piñera y todo el grupo de los 40 y 50 de Cuba. También están Fina García Marruz, José Lezama Lima, etcétera. Son todos fundamentales. Por ejemplo, ahora que ha fallecido Caballero Bonald, él tiene una novela que debería salir en todos los manuales de literatura: Ágata ojo de gato. En fin, también están los actuales como Carlos Catena, Rodrigo García Marina, Rosa Berbel y todos estos escritores que han ido ganado en los últimos años los premios de Hiperión. Hay una generación estupenda de autores. También en Canarias están Aida González Rossi –que me encanta– y Yeray Barroso. Junto con Andrea Abreu son un trío que me gusta mucho. Les sigo la pista. Me parece que son un exponente de las letras canarias, tan marginadas a veces.

Bueno, usted es también en cierta manera un exponente de las letras canarias...

Ay, mira qué bien. Nadie me lo había dicho, llevo mucho años esperándolo (risas). ¿Sabes lo que pasa? Esto es como lo que cantaba Chavela Vargas: no soy de aquí, ni soy de allá. En mi caso no sucede que alguien me reclame como propio de un lugar. Mis padres son ucranianos, nací en Ucrania, me crié en Tenerife y además tengo un padrastro andaluz, ya lo notarás por el acento. Son las cosas de no parar quieto.

¿Le veremos pronto por las Islas presentando su libro?

Pues he insistido en hacerlo pero está la cosa un poco complicada por el Covid. Ahora se nos ha echado el verano encima y la gente está en otras cosas. A ver si en la rentrée, que dicen los editores, hacemos algo ahí. Será en septiembre o en octubre.