Con cuatro pasaportes en la cartera, mexicano, estadounidense, griego y español, Francisco Negrín (Ciudad de México, 1963) apenas guarda recuerdos de su bisabuelo Juan Negrín, un científico de reconocido prestigio y presidente del Gobierno de la II República entre 1937 y 1945. "Soy más de la familia de mi abuela", reconoce al rememorar a la actriz Rosita Díaz, quien le inculcó desde muy pequeño un amor creciente por la cultura que lo ha llevado a erigirse en uno de los directores de escena más solicitados en el mundo operístico. Negrín, un enamorado de las composiciones más cómicas de Händel, presenta hasta el 25 de julio Il trovatore en el Teatro Real de Madrid para mostrarnos aferrados a un pasado que cercena el presente y condiciona, cómo no, el futuro. Su pasado, marcado por el exilio de su bisabuelo y toda su familia, aún no ha encontrado hueco en la fértil mente creadora de este artista fascinado por el mar.

¿Cómo influyó en su vida artística su abuela, la actriz Rosita Díaz Gimeno, exiliada en México con su marido, hijo de Juan Negrín, presidente del Gobierno español en la II República?

Influyó muchísimo. He crecido en un ambiente muy artístico. Mi padre llegó a actuar en Broadway y mi madre es una gran diseñadora de ropa. Los dos me mandaron junto a mi hermano a visitar a mi abuela a Nueva York cuando tenía siete años y con ella descubrí el teatro, los musicales y la ópera. Me fascinaba escucharla cuando hablaba de su vida de actriz.

¿Recuerda cuál fue la primera ópera a la que asistió?

Fue Carmen y me pareció absurda, no entendía esa forma tan artificial de cantar.

¿Qué despertó en usted ver en la televisión francesa a los 16 años Lulú, de Alban Berg?

No entendía la ópera, como mucha gente, pero cuando en 1979 vi Lulú me quedé encantado por esa combinación de música y teatralidad absoluta. Se me abrieron los ojos y me enamoré de la obra y de la ópera obsesivamente. Desde entonces recomiendo que cuando se vaya por primera vez a la ópera se huya de Puccini y se apueste por el Händel más cómico que ofrece diversión y emoción.

¿Aprendió mucho de Gerard Mortier, que fue director artístico del Teatro Real de Madrid?

Muchísimo. Me lo presentó Lees Askonas, una gran agente de monstruos musicales. Mortier me contrató como asistente de La Monnaie en unos años muy fértiles para la casa.

Decían que era muy difícil tratar con él. ¿También para usted?

Tenía un trato muy difícil. Nunca me llevé bien con Mortier, pero aprendí mucho de él.

Hay controversia sobre el creciente papel de los directores de escena en la ópera actual.

Esa controversia ha existido siempre, pero ahora se agudiza por culpa de la falta de inversión en la ópera. Los teatros no se arriesgan mucho, sobre todo al elegir el repertorio. Se hacen montajes de obras ya conocidas y la gente empieza a comparar de una forma absolutamente superficial. No se muestra nada innovador y el ambiente operístico se enrarece.

¿Cómo hay que combinar hoy en la ópera los textos de siglos con el canto, la música y la escena?

Eso es lo que se hace todo el tiempo en los musicales. En todas las épocas se ha hecho teatro musical. La ópera es un musical clásico.

¿Hay margen para la creatividad artística sin renunciar a la fidelidad a las partituras originales?

Sí, pero habría que definir lo que es fidelidad. Para ser fiel hay que intentar es que el espectador reciba el mensaje del compositor y el libretista y entienda su estética y filosofía con un lenguaje nuevo.

¿Es el mar una especial fuente de inspiración para usted?

Absolutamente. Lo es por mi ascendencia mediterránea con un puntito de islas tropicales del Pacífico. Me emociona el mar. Es un ser en sí en constante cambio. El mar tiene drama, sensualidad y todo lo que conlleva el teatro. La primera vez que buceé acababa de estrenar Julio César de Händel en Sidney. Fue un gran éxito, pero tras observar los arrecifes de coral de Australia me di cuenta de que aquello era mucho más impresionante y bello que cualquier cosa que yo pudiese hacer.

¿Por qué le cautiva Händel?

La temática de la época barroca de Händel es muy similar a la de hoy en día. Se parece a las series y películas llenas de fantasía, asuntos metafísicos y superhéroes. La ópera barroca nos habla de tú a tú. La música es rítmica y sensual, basada en tiempos de baile, y es muy multimedia.

¿Qué le supone pasar de escenificar a Rameau a dar el salto a Kanye West o Jay Z?

Trabajar con un artista pop o con un compositor muerto es lo mismo conceptualmente: interpretar la obra de alguien presentando cultura, mundo, lenguaje y personalidad. Händel es más intelectual y Kanye West, más efectista.

¿Qué tal su experiencia de utilizar el vídeo mapping y el 3D en La zorrita astuta de Janacek?

Usé todo tipo de tecnologías en el mundo comercial y lo apliqué a la ópera. Quise crear un mundo mágico para devolverle al público esa fascinación que podía tener el espectador hace siglos al acudir a la ópera.

¿Cuál es su aportación más personal en Il trovatore que representa en el Real de Madrid?

Demostrar que aunque es una obra puramente vocal no es un libreto absurdo. Tiene un sentido real y la música de Verdi le da aún más sentido. Se puede tomar en serio esta obra. Parece que nadie actúa sobre el escenario sino que cuenta cosas que han pasado antes y es eso precisamente la acción. La gente no vive porque está siempre pensando en el pasado. El pasado lastra nuestro presente y nuestro futuro.

¿Por qué dice que se adelantó en 2010 a describir el mundo de Donald Trump con su producción de Salomé de Richard Strauss?

Porque presenté por casualidad una obra sobre el abuso de poder y la falta de empatía de los poderosos. Puse en escena un mundo que se parece visualmente a los EEUU de Trump. un tratado político que no ideé con ese objetivo.

¿Necesitará una actualización esta ópera para la representación de Houston en 2020?

No, me han pedido que se represente tal y como se ideó.

¿Qué recorrido le ve a la mezcla de arias con canciones pop en versiones sinfónicas después de su incursión en una experiencia de este tipo sobre hielo?

Fue muy interesante, pero no veo con muy buenos ojos la idea de popularizar un género o estilo transformándolo en otro. La ópera se populariza educando a los niños desde la escuela. Lo que intenté fue no mezclar sino que cada género y cada estilo brillaran con luz propia pero en un marco en el que podían cohabitar.

Supongo que su experiencia como autor y director de la apertura de los Juegos Marciales Asiáticos en Turkmenistán habrá sido el no va más.

Sobre todo cuando cuentas con más de 6.000 actores y 79 millones de dólares. Esas cifras te malacostumbran y de pronto tienes que volver a la realidad de un mundo en el que para la cultura se dejan las migajas.

¿Qué novedad llevará en julio a la apertura y clausura de los Juegos Panamericanos que dirigirá?

Serán ceremonias de tipo olímpico, pero con mucho menos dinero porque Perú no tiene el gas de Turkmenistán. Espero que sea algo impresionante porque es un reto cultural de primera magnitud. Se llamará Alucina Perú.

¿Qué imagen tiene de su bisabuelo, el polémico Juan Negrín?

Poco. Nací con un marcado desinterés por saber de la familia Negrín. Soy más Díaz. Nunca quise preguntar ni quería oír historias que me provocaban asco porque llevaron a la Guerra Civil. Cuando comencé a interesarme un poco ya habían muerto mis abuelos y sentía que no iba a tener información directa de esa parte de mi familia. Prefiero vivir mi vida a estar dedicado a recordar la de alguien tan famoso como mi bisabuelo. Mi hermano es el que más interés ha mostrado por los Negrín.

¿No ha pensado en llevar la vida política y científica de Negrín a una película o una ópera?

Lo he pensado, pero sería una ficción porque lo conozco muy poco. No me interesa la historia en ese sentido, soy más de metafísica o de filosofía no de contar la historia de un señor que hizo determinadas cosas.