Rubén Mayo, uno de los nuestros

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De Murcia a Tenerife pasando por la gélida Estonia

 
 
 

Rubén Mayo era sobre la pista lo que Andrés Montes hubiera llamado un ‘funky man’. De raza negra y con el pelo a lo afro, cualquiera podía haber pensado que salía de un ‘playground’ de Filadelfia, pero en realidad nació en Murcia, creció entre Madrid y Tenerife y pasó nueve años en la cantera del Unicaja, con el que debutó en la máxima categoría. También es probablemente el único jugador español que ha disputado la liga de Estonia, así es que con este cóctel es fácil afirmar que se trata de un gran personaje.

“Mi madre es canaria y mi padre, de Guinea Ecuatorial. Yo nací en Murcia porque teníamos familia allí y tras un paso por Madrid, nos acabamos asentando en Tenerife”, cuenta. De pequeño jugaba primero al fútbol, “pero después practiqué otros muchos deportes, como el atletismo o la gimnasia deportiva, en la que me estuvieron a punto de seleccionar para Barcelona-92. Al final me quedé con el baloncesto porque era lo que hacía mi hermano Andy”.

En el Colegio La Salle La Laguna y en la selección canaria brilló lo suficiente como para que Unicaja le fichaje siendo un adolescente. En Málaga estuvo casi una década como una de las joyas de sus categorías inferiores, pero no acabó de encontrar un buen hueco en el primer equipo. “La gente de mi generación tenía que competir con gente joven que estaba ya asentada como Nacho Rodríguez, Curro Ávalos, Gaby Ruiz o Dani Romero”, recuerda.

El 4 de enero de 1998 disputó nueve segundos contra el Barcelona (“me dio tiempo a fallar un triple y a que Djordjevic me diese una hostia, aunque la falta me la pitaron a mí”) y dos semanas después estuve ocho minutos en pista en Vitoria (“íbamos perdiendo de mucho e Imbroda me puso de base cuando durante toda la semana había entrenado de escolta, así es que no me sabía los sistemas y me puse a jugar libre, lo que creo que no le gustó”).

No volvería a pisar una pista de la actualmente conocida como Liga Endesa. Se desvinculó de Unicaja tras una cesión al Doncel La Serena y se convirtió en un habitual entre LEB, LEB-2 y EBA de equipos como el Tenerife, el Canarias (actual Iberostar Tenerife) o el Tacoronte.

Entre medias, en 2005, tuvo una surrealista aventura en Estonia, donde acabó de rebote. Había hecho una prueba por el Eiffel Towers holandés, pero no la pasó, y le surgió la opción de ir al Ehitustooriist, en Tallín. El equipo, atención, estaba entrenado por Allan Dorbek, antiguo capitán de la selección de fútbol del país. Aprovechó al máximo la experiencia, que incluyó momentos tan terribles como salir a la calle con 40 grados bajo cero. Una vez se le olvidaron los guantes en casa y se le cortó con las asas de la bolsa de la compra, que se habían congelado. Otra anécdota es que allí fue conocido como Víctor González (su primer nombre y su segundo apellido).

En su época como jugador del Tacoronte.
FOTO: En su época como jugador del Tacoronte.

“No jugaba por dinero. Fui muy afortunado porque es algo que hubiera hecho gratis. Espiritualmente es algo que me ha aportado mucho”, reflexiona unos años después de su retirada. Tuvo un periodo de alejamiento, estudiando un módulo de Telecomunicaciones, pero en los últimos años ha vuelto a estar muy cerca del baloncesto y de hecho su actividad diaria está centrado en enseñarlo. “Llegué a ello por casualidad, pero soy entrenador especializado en técnica individual, que es un aspecto que siempre me ha obsesionado mucho”, apunta. Así es que presta sus servicios enseñando a tirar, a botar, a pasar y demás, por las mañanas en el instituto Benito Pérez de Armas, de Santa Cruz de Tenerife, y por las tardes en un programa de la federación insular.