Todo ocurrió cuando un abuelo le cuenta a un nieto su aventura cubana. Un abuelo que era zahorí. Juan-Manuel García Ramos (La Laguna, 1949) confiesa que le debía este libro a su familia, especialmente a su madre, que aún vive y lo puede leer. El escritor ha concedido una amplia entrevista a eldiariodetenerife.com. Y revela algunas claves de la emigración, de la literatura y de la atlanticidad, que es su obsesión.

"Fue la memoria la que me obligó a escribir este libro", confiesa, "porque tenía que dar cuenta de una especie de "épica de la humildad", que protagonizan algunos de esos personajes que recorren esas páginas".

El escritor, al final de su obra, es implacable con algunos miembros de la burguesía chicharrera, que mataban gente en los consejos de guerra. Y habla de los herederos de los asesinos, de apellidos conocidos, de gentes que ocuparon puestos relevantes de la administración del régimen del general y que regentaron prósperos negocios: "No he hecho sino acudir a la documentación que está al alcance de todos. Nadie podrá negar los hechos que yo cuento".

Le preguntan cómo un sitio tan pequeño como es Canarias puede dar hijos tan numerosos para protagonizar gestas tan grandes: El Álamo, fundación de Montevideo, batallas contra Simón Bolívar, formación de un país como Venezuela, etcétera. Y responde: "Me gusta decir que los canarios tenían las aguas del Atlántico como un instrumento de comunicación, no como un refugio para el aislamiento y la soledad. Ese rasgo de nuestra identidad nómada quizá no haya sido lo suficientemente enfatizado por la historia académica".

Sobre su familia indica que el libro es "sobre todo, un homenaje a mi madre, una mujer que trabajó desde su infancia. ambién al espacio magnificado de mi niñez y de mi adolescencia: Valle de Guerra".

Confiesa que en el libro "hay un niño al que le gusta escuchar historias (el escritor) y un hombre mayor al que le gusta contarlas (su abuelo, en la ficción José Aquilino, nombre que le "prestó" un amigo). Y hace una definición preciosa de lo que es la literatura: "Un compendio de experiencias, sueños, deseos y pensamientos. Una captación totalizadora que no se impone límites".

Desnuda Juan-Manuel García Ramos el alma del canario ante el periodista que le entrevista: "Decía Dostoievski que uno toma las dimensiones del lugar en el que habita. Lo que ha sucedido con los canarios es que nunca nos hemos visto solo relegados a las islas que habitamos y que avistamos, sino que nuestra mirada siempre ha sido atlántica; de proyección y no de introversión. Somos un pueblo pequeño pero con contribuciones a la historia de la humanidad de la que no somos conscientes. Nos falta un poco de orgullo de ser lo que hemos sido y lo que somos".

Un escritor en su laberinto de guanches y zahoríes, que reconoce humildemente que no sabe cuánto ha vendido (lo sabrá Baile del Sol, su editorial). Y que mientras "El guanche en Venecia" le llevó años de trabajo, "El zahorí del Valbanera" surgió de la memoria y de la literatura, en esa mezcla de ficción y realidad que hace tan atractiva la historia y el lenguaje. Reconoce el periodista que le entrevista que el lenguaje parece esculpido en mármol, por su perfección.

Lo cierto es que las revelaciones de José-Aquilino, nombre ficticio del abuelo zahorí de García Ramos, son todo un ejercicio de realismo -¿mágico, o no debo usar el término?- de una Cuba que a mí me ha cautivado cuando acabé la última página del "Zahorí". Una novela -¿es novela?- extraordinaria.

Un relato revelador, que invita a reflexionar sobre lo que fuimos y sobre lo que somos. El mar, no como aislamiento, sino como vehículo para protagonizar los destinos del universo. Qué bonito y, en tantas ocasiones, qué trágico.