Los remolinos oceánicos hacen emerger de las profundidades nutrientes imprescindibles para que proliferen las microalgas y el plancton que constituyen la base de la cadena alimentaria en el mar, convirtiendo así en oasis de vida extensiones de agua que, de otra forma, serían casi desiertos.

Los biólogos constaron hace tiempo que en torno al 70% de la superficie de los océanos la conforman aguas pobres en nutrientes, que en algunos puntos concretos del planeta son regularmente enriquecidas por los grandes afloramientos costeros de aguas profundas, como los que se conocen en las márgenes orientales del Atlántico (Canarias y Namibia) y el Pacífico (California y Perú).

Científicos del Instituto de Oceanografía y Cambio Global (IOCG) de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y del Centro de Investigación Científica y Educación Superior de Ensenada (México) publican este mes en las revistas Journal of Physical Oceanography y Deep-Sea Research part I los resultados de la expedición que realizaron en septiembre de 2014 en el buque Hespérides, a la caza de los grandes remolinos que se forman al sur de las Islas Canarias.

Esa zona del Atlántico es conocida, entre otros motivos, por albergar uno de los grandes "corredores de remolinos" que existen en el hemisferio norte, generados, básicamente, por el enorme obstáculo que representan en medio del mar las Islas Canarias para las corrientes marinas y los vientos dominantes, los Alisios.

Allí, el Hespérides logró localizar y estudiar en detalle un remolino anticiclónico (con giro en sentido de las agujas del reloj) de 96 kilómetros de diámetro y 500 metros de profundidad, que se había formado unos cuatro meses antes al sur de Tenerife.

Los autores de estos dos artículos, cuya primera firmante es en ambos casos Bàrbara Barceló-Llull, del IOCG, consiguieron medir en detalle todas las características de ese fenómeno natural, que hacía girar unos 1.400 kilómetros cúbicos de agua (1.400 billones de litros) a un ritmo medio de una vuelta completa cada cuatro días.