"Mimisión siempre fue servir". No es esa una frase perdida en mitad de una conversación, sino que quien la dice repite la misma idea de distintas formas al hacer balance de su trayectoria, como si la llevase en el ADN. Se llama José Miguel Melo -más conocido por su apellido- y el pasado 3 de septiembre se jubiló de la Policía Local de La Laguna después de 40 años de servicio. Popular en el casco y el Nordeste, era el único agente que seguía en activo de los que llegaron a dirigir el tráfico desde los antiguos pedestales.

Mano izquierda y conversación en lugar de dureza en el trato y multas. Esas fueron, según explica, las premisas que intentó que siempre guiasen su labor. "Yo tenía mi manera de trabajar; a mí me duraba un talonario hasta un año. Prefería dialogar con la gente y convencerlos", señala Melo, que en su última etapa en el cuerpo estuvo en un departamento de entrega de material (pistolas, chalecos antibalas, impresos...), pero que antes, desde que tenía 25 años, patrulló el municipio; el centro histórico, el ámbito sur y durante mucho tiempo en la Comarca Nordeste.

Natural de Los Silos y residente en la Ciudad de los Adelantados desde hace casi 30 años, su llegada a la Policía Local se produjo en 1977. Opositaron 150, entraron cinco y él logró el número uno de su promoción. A partir de ahí, unas vivencias que, indica, bien podrían dar para un libro si las hubiera ido anotando en un diario. "Un libro bonito", apostilla. Pese a eso, tampoco le hace falta escarbar mucho en su memoria para que broten unas cuantas anécdotas. "Un compañero a veces me recuerda cuando dirigíamos el tráfico y me tenía que decir: ¡Quítate de ahí!, porque la mayoría de los que pasaban eran conocidos y querían saludarme y darme la mano, y lo que hacía al final era entorpecer más la circulación".

Otro episodio llamativo le ocurrió en Güímar. "Habían pedido voluntarios en La Laguna para las fiestas de San Pedro, fuimos y, cuando estábamos comiendo, llega el camarero y nos comenta que tenían un problema en la barra: unos señores que habían consumido y que no querían pagar. Nos levantamos otro compañero y yo y nos dijeron que no pagaban porque el baño estaba cerrado", rememora. ¿Cómo resolvió la situación? Habló con ellos, trató de convencerlos y le echó un poco de psicología: les dijo que no se preocuparan, que él los invitaba. "¡Oiga, cómo va usted a pagar eso; no, no...! Lo hemos consumido nosotros y lo pagamos nosotros", terminaron diciéndole aquellos clientes. "Al final lo abonaron y hasta me querían llevar a una bodega que tenían, y les tuve que decir que cómo iba a ir, que estaba trabajando...".

Las anteriores son solo dos de muchas. Un enfrentamiento familiar con final feliz en Los Andenes o el caso del vecino alemán de Bajamar al que ayudó en un pinchazo y se acabó convirtiendo en amigo son otras de sus historias. ¿Y la de mayor tensión? Destaca un partido de fútbol del desaparecido Estrella en el campo de La Manzanilla en el que la afición visitante -400 o 500 personas- querían entrar en el terreno de juego a "comerse" al árbitro. Sin posibilidad de pedir refuerzos porque había pocos efectivos, otro agente y él tuvieron que irse con el colegiado al centro a ver qué hacían. "El compañero y el árbitro aprovecharon un momento para entrar corriendo en la caseta, y una de las satisfacciones más grandes que he tenido es que salta desde la grada una voz: ¡Melooooo, si te hace falta ayuda levanta la mano y estoy ahí! Aquello me llegó al alma. Era un señor que era luchador y con el que yo no tenía amistad, sino que me conocía de la calle, de servirle como guardia. Me dio más fuerza. Yo le respondí: ¡No te preocupes; gracias! Y pude al final entrar corriendo con el juez de línea", revive.

Sin embargo, lo más que le marcó fue ayudar después del accidente del vuelo 1008 de Dan Air. Cayó el 25 de abril de 1980 en la montaña de El Diablillo, en El Rosario, y murieron 146 personas. "Había restos humanos colgando en los árboles, manos, medios cuerpos...". Le costó años quitarse de la cabeza las imágenes que vio aquel día.

"Soy un trabajador más que tenía uniforme", "Yo aprendía también de la gente y de sus comportamientos" o "Una de las mejores universidades es la calle" son algunas de las afirmaciones que, dichas con pasión, deja al echar la vista atrás. Quizá sea esa forma de entender el cuerpo y la buena relación con el resto de agentes -"yo no me llevo mal con nadie, desde la jefa hasta el último compañero", apunta- lo que ha propiciado que la despedida, en palabras suyas, se haya "desbordado" por la cantidad de muestras de cariño que le han ido transmitiendo a lo largo de las últimas semanas.

El pasillo y el brindis con el que lo homenajearon en su último día de trabajo, el tributo recibido en la gala anual de la Policía Local y una fiesta con compañeros el pasado sábado abren la puerta ahora a una nueva etapa para la que ya tiene planes. Además de dedicarle algo más de tiempo a la familia, le espera un apartamento en Los Silos y una huerta en Tierra del Trigo, en el mismo municipio, con lechugas, perejil, pimientos de padrón y frutales.