PERMÍTANME la licencia de explicar con un ejemplo gráfico lo sucedido ayer en el Heliodoro. Llegó un señor educado, con experiencia y mucha tranquilidad a la habitación. Tocó en la puerta, como sus modales le dictaban y sintió que dentro había mucha gente. Alcanzó el interruptor y vio a todo el CD Tenerife (jugadores, afición...) asustado. Esa luz que se encendió fue el fútbol. El que le ha faltado a un equipo que empezó mal, fue intervenido (con el cambio de técnico) para buscar una reacción que no llegó y busca ahora la salida de ese lugar oscuro en el que se ha metido.

El primer intento sólo salió mal en el resultado. Nada más y nada menos dirá más de uno. Claro, es lo más importante... a corto plazo, pero no a largo plazo. Porque ante el Granada, con apenas tres entrenamientos de Antonio Tapia, el Tenerife se pareció a lo que buscaba en el mes de agosto. Puso a sus peloteros en el campo (Hidalgo y Julio Álvarez), a los jugadores en su sitio y apostó por el fútbol que le ha definido como el club que es: combinativo, con autoridad en el campo y amor propio para salir de las adversidades.

Y la primera llegó en forma de gol en contra. Una falta directa que coló Dani Benítez a un Sergio Aragoneses que ha tenido noches mejores y que se vio sorprendido dos veces. De esa primera supo reponerse el conjunto blanquiazul. Lo escenificó con una gran acción de ataque. De esas que recuerdan al Tenerife anterior al "cataclismo Arconada".

Con el empate (y la expulsión de Orellana, justo es reflejarlo), crecieron los locales hasta adelantarse. Tan simbólico fue el juego como los goleadores: Hidalgo y Julio. Pero en la segunda parte, volvieron los miedos que atenazan a un equipo que cayó en la cuenta de su posición en la tabla clasificatoria. Un disparo de Carlos Calvo, que seguramente no ha sido el mejor de su carrera, devolvió a la realidad a los blanquiazules. La carrera será larga, pero el camino a la meta ya es el correcto.