El público ha agradecido con aplausos su primera experiencia en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife. La soprano granadina Mariola Cantarero, Mimí en "La Bohème", que hoy (20:30 horas) se despide del programa de Ópera de Tenerife 2014/15, asegura haber disfrutado con la ejecución de un rol que le ha permitido descubrir unos "colores puccicianos que hasta este momento parecían dormidos", puntualiza una intérprete que está segura de que "la renovación operística necesita una mirada joven".

¿Qué valoración hace sobre este nuevo rol?

Interpretando "La Bohème" se abre una ventanita más en mi carrera. No es que haya cambiado de repertorio, sino que me estoy acercando a una línea mucho más lírica en la que se sitúan las reinas bellcantistas que cantaron roles como el de Lucrecia, Ana Bolena o María Estuardo. Soy muy conservadora, pero este ha sido un paso consensuado porque el público me pedía desde hace años que tomara esta decisión.

¿Cuál es la principal diferencia en relación a otros proyectos?

El mayor tiene que ver con la música de Puccini, ya que en "La Bohème" existe una densidad orquestal y una estructura a la que yo no estoy demasiado acostumbrada. Ese es el principal riesgo, entre comillas, pero eso no supone ningún abismo. Ya son más de 15 años cantando y, a pesar de los prejuicios que el público propicia en torno a determinadas voces, creo que psicológicamente ya estaba preparada para afrontar el papel de Mimí. Yo no me lanzo al vacío sin tener una colchoneta debajo, es decir, que este cambio está más que meditado.

¿El hecho de trabajar con un elenco joven, que no inexperto, es una ventaja a la hora de asumir ciertos riesgos escénicos?

Sí, somos un elenco aún moldeable (ríe)... Esta es una generación que ha vivido los cambios que se están dando en el mundo de la ópera. En ese sentido, sí que somos un grupo influenciado por un gran sentido cinematográfico y, por lo tanto, no nos resulta tan extraño tener que asumir ciertos riesgos escénicos. Este reparto está acostumbrado a hacer cosas actuales, pero no raras.

Hoy sería muy difícil imaginarse a Montserrat Caballé cantando subida en una silla, ¿no?

Pues la verdad que no, pero estoy segura de que si le hubiera tocado vivir esta revolución escénica se habría adaptado igualmente. Los artistas tenemos una capacidad para aceptar los cambios que sorprendería al mejor director de escena.

¿Desde dentro cómo se vive ese proceso de captación de un público más joven?

Teniendo claro que las voces que hay en la ópera están mucho más trabajadas y que su base tiene unos contenidos más clásicos, no crea que hay tantas diferencias con respecto al público que acude a ver un musical a la Gran Vía. La renovación operística necesita de esa mirada joven.

¿No hay que darle la espalda a esa audiencia de vaqueros y zapatillas?

En algunos teatros todavía se mantiene la tradición de ir a un estreno con pajarita y "smoking", pero la ópera de hoy no cierra sus puertas a un público de vaqueros y zapatillas. Eso forma parte de la diversidad que se está generando en la sociedad.

¿Hasta qué punto la crisis ha acelerado esa normalización?

Yo he tenido la gran fortuna de compartir vivencias con Carreras o Plácido Domingo y sé que hay un público que sigue atado a un "glamour" que ahora se percibe de otra manera. La ópera está obligada a adaptarse a la crisis y a las condiciones económicas de cada país, es decir, hoy no hay una necesidad imperiosa por crear un espectáculo carísimo porque hay profesionales que son capaces de hacer obras de arte que son una maravilla con cuatro perras.

¿La competencia obliga a pelear mucho para poder entrar en un reparto como este?

Eso ocurre en todas las profesiones. Hoy le das una patada a una piedra y salen seis dentistas... Canarias es un gran exponente de esa renovación. Sobre todo, a nivel de tenores. En el campo de las mujeres la competencia es feroz: somos muchas y muy buenas pero, además, cada vez más las sopranos están mejor preparadas, son más guapas y encima existe una tendencia a abrir una comparación con los hombres. Eso es lo más complicado.

¿Y encima viene a una tierra de grandes tenores?

El público canario sabe lo que quiere, es exigente y tiene unos gustos muy exquisitos. Pide un nivel muy alto, pero eso también supone un gran reto porque sabes que estás en un lugar en el que un error se percibe con claridad. Eso sí, en una tierra de grandes tenores toda la presión recae sobre Pancho (sonríe). Yo no me siento una extraña en esta tierra porque mi marido tiene familia en el sur de Tenerife y conozco la Isla. Además, conforme iba creciendo "La Bohème" ha crecido algo más que un compañerismo entre las personas que formamos parte de un proyecto que ha sido muy importante en mi carrera.

¿Una vez ha dado este paso va a dejar de ser más conservadora?

No creo. Alguna vez me han criticado que yo era una intrusa en el repertorio lírico, pero yo siempre he tenido la sensación de que estaba en medio del camino, o en tierra de nadie, pero no soy una persona que se deja influir por todas las opiniones. Solo procuro quedarme con las opiniones de personas que saben de lo que están hablando.

¿De sus palabras se deduce que sigue una estrategia que va en la línea de la que marcó Alfredo Kraus?

Es un referente que intento seguir a la hora de cuidar mi voz. No sé si lo consigo, pero Kraus es la guía que deberíamos tener los cantantes para conservar el instrumento con el objetivo de que seamos nosotros los que decidamos el momento de la retirada y no la voz la que nos retire antes de tiempo. En esta profesión existen muchas tentaciones que hay que analizar con tranquilidad para evitar dar pasos en falso que a la larga se pagan muy caros. El artista tiene que saber cuáles son sus prioridades para que un día no tenga que decir: Me he roto la garganta y no puedo seguir adelante.

Medir esos pasos en un mundo con tantos atractivos no debe ser nada fácil, ¿no?

Las decisiones que tome cada uno hay que respetarlas porque mientras unos optan por cantar todo lo que puedan y hasta que puedan, otros preferimos disfrutar de una carrera larga. Ese fue un consejo que me dio Kraus: que no corriera, que tuviera paciencia.