SIEMPRE hemos sentido una especial predilección por los coros. Tal apego hinca sus profundas raíces en aquellas lejanas y gratificantes experiencias escolapias cuando el ilustre e inolvidable maestro Borguñó, con su bufanda e inseparable diapasón, nos introducía, con tanta sutileza como pasión, en aquella escala del do, re, mi, fa, sol... para establecer en su momento oportuno si teníamos que ir al primero, al segundo o al tercer grupo de aquel conjunto de jóvenes alumnos cantores que él, con su sapiencia musical, introdujo en el vetusto Quisisana en los albores de la década de los 50 del pasado siglo.

En los últimos años, el Real Casino de Tenerife, que ahora preside, con entrega y cordura, José Alberto Muiños Gómez-Camacho, viene brindando a sus socios y público en general la sanísima costumbre de solazarnos en fechas navideñas con una extensa muestra a cargo de su coro, que ahora tutela Isabel Bonilla Tejera.

Tenemos que confesar que si antaño dicho coro satisfizo, dentro de sus lógicas limitaciones, de puros aficionados, a propios y extraños, en esta última actuación marca otra época, pues la nueva directora, con maestría y persuasión, nos dio la oportunidad, entre otros detalles, de que descubriésemos las personales fibras artísticas de los solistas Ramón González de Mesa -veteranía por excelencia-, Isabel Rodríguez Daranas, Juana María Marrero Campos, Nicholas Kyriakides y, de forma muy especial, Ricardo Tavío Peña, que, evidentemente, tuvo "su noche". Fue un lujo oírle en "Una furtiva lágrima" ("Elixir de amor"), de G. Donizetti; se templó con maestría en el "Catarí" ("Core ingrato"), de S. Cardillo, y tuvo su apoteosis interpretando la difícil pieza "Porquoi me réveiller" (de la ópera "Werther"), de J. Massenet. Si como establecen los técnicos en la materia en el siglo XIX, el tenor italiano Enrique Tambarlike popularizó el denominado "do de pecho" por suponer el público que su mágica sonoridad era emitida desde el fondo de la capa torácica, ahora, en el salón de actos de la señera sociedad santacrucera, Ricardo Tavío, con la modestia que le caracteriza, tuvo, evidentemente, "su noche" al lograr algo que supone un esfuerzo extraordinario, "dar el do de pecho" en más de una ocasión. Sus numerosos amigos y simpatizantes le brindaron una ovación que jamás olvidará.

Todo comenzó con los sones candorosos que el genial Charles Chaplin nos brindó en "Candilejas", donde el coro del Real Casino ya nos predispuso para seguir gozando de un programa tan escogido como popular, siendo lo clásico nota descollante.

En el ínterin, el trío masculino ya mencionado, con la colaboración de Rafael Segovia Cabrera, entusiasmó al nutrido auditorio en un vibrante "Torna a Sorrento", de E. de Curtis, y, a continuación, el bajo Kyriakides, con el notable ensamblaje del referido coro, nos deleitó con "Noches de Moscú".

Capítulo aparte merece la directora Isabel Bonilla, que, con evidente estilo y depurada técnica en el canto, emocionó a la concurrencia, primero, con "Madame Butterfly", de Puccini, y, luego, con "Canción de cuna", de J. Brahms, y el "Arroró", de Teobaldo Power. No hay que olvidar, por supuesto, a otra solista, Isabel R. Daranas, que embelesó con el "Adestes Fideles"; ni a Juana María Marrero, que constituyó toda una revelación haciendo dúo con el citado Ricardo Tavío en la pieza "Summertime". El epílogo del programa lo marcó "Noche de paz", cantado en alemán, inglés y español.

Si este denominado "Concierto de Navidad" fue del agrado del público, se debió, igualmente, a la encomiable labor desarrollada por la pianista María Eugenia Jaubert, así como del arpista y guitarrista Germán Reyes, todos ellos apoyados por un coro integrado, aparte de los ya enumerados, por María del Socorro Giráldez Hernández, Ana María del Castillo Ramos, Natividad Siliuto Castelo, Concepción Álvarez Pedreira, María Victoria García García, Emilia Fierro Sánchez, Julia Pérez Castro, Mercedes Paniagua Mariño y Ana María Trujillo La Roche.

Con su peculiar estilo, esta entrañable velada musical fue presentada por Francisco Pallero.