Esto es lo que tiene vivir en una sociedad democrática, firmemente asentada en los valores del respeto a los derechos humanos. Los dos grandes partidos de la izquierda y la derecha, que nunca se ponen de acuerdo en nada, han votado en contra de suspender la venta de armas a Arabia Saudí.

Hay muertes desgarradoramente mediáticas. Y otras simplemente intrascendentes. Los neocomunistas españoles y la progresía que revolotea a su romántica sombra, se han horrorizado -como todo dios- con la noticia del asesinato despiadado de un saudí en un consulado de ese país en Turquía. Los medios se han lanzado sobre el escándalo del momento. Jamal Kashoggi, un periodista de nacionalidad árabe, residente en Estados Unidos y crítico con el régimen de rey Salman bin Abdulaziz, entró en el consulado árabe en Estambul para arreglar unos papeles y jamás volvió a salir. Allí fue presuntamente agredido, sedado y descuartizado con una sierra, entre gritos, a manos de un carnicero a las órdenes del régimen saudí. Concretamente, según medios internacionales, del príncipe heredero Mohamed bin Salman.

La crueldad de este asesinato ha despertado una reacción internacional que no ha tenido otra muerte mucho más discreta. La del concejal de Caracas, Fernando Albán Salazar, detenido por los Servicios Bolivarianos de Inteligencia, que entró en un recinto de detenciones venezolano y jamás volvió a salir. Fue lanzado desde la ventana de un décimo piso por un régimen que tuvo el cinismo de calificar su asesinato como el ''suicidio'' de un hombre esposado y custodiado que abrió una ventana para arrojarse al vacío.

En este vodevil todos danzan con sus propias miserias. La izquierda verdadera que se indigna por la muerte del saudí pasa de puntillas por la del concejal caraqueño. Y la derecha y la socialdemocracia española que deciden que el petróleo tiene mucha más densidad que la moral. Los miles de puestos de trabajo que crea en la industria naval la construcción de barcos de guerra para los saudíes y los intereses con un país exportador de petróleo han suavizado el reproche internacional de quienes viven del negocio de los petrodólares. España seguirá vendiendo armas a Arabia, un régimen feudal y antidemocrático que sobrevive por intereses estratégicos en el Oriente Medio y por sus yacimientos de crudo. Es lo mismo, en otro orden de cosas, que la dictadura que protagoniza Maduro en Venezuela, que sigue vendiendo su petróleo a los odiados norteamericanos.

Naufragamos en la indecencia política. Los puestos de trabajo están por encima de los principios. Y los asesinatos de los ideológicamente próximos se pueden olvidar, con una amnesia oportunamente selectiva. Este es, al fin y al cabo, el mundo que hemos fabricado. Fariseos de las urnas que blanquean los sepulcros electorales con la cal de sus propias conveniencias y se reprochan, izquierda y derecha, los unos a los otros y los otros a los unos, no tener altura moral. Desgraciadamente, en el fondo, todos tienen la razón. Y ninguno tiene altura.