Cuando en los años 80 del siglo pasado fue elegido Ronald Reagan presidente de EE.UU., a la izquierda y al suflé progre les salieron ronchas. Lógicamente despreciaban a Reagan (nada intelectual), que no era más que un viejo exactor secundario. Un "loser". La vara de medir progre era muy competitiva y proexcelencia, pero nada neoliberal curiosamente. De EE.UU. solo cabía esperar calamidades. Reagan, los siniestros neoliberales y ahora Trump. El supremacismo progresista encuentra muy incultos, zafios, ingenuos, alienados y perversos a los norteamericanos. Y lógicamente los desprecian. Encima, ni saben dónde está España.

A pesar de su esmirriada formación, Reagan logró con la carrera de armamentos el colapso de la URSS: un totalitarismo con millones de crímenes tras de sí. Cosa sin importancia ni autocrítica. Los progres siguen sin leer (tampoco) a Jean Francois Revel. Ahora sabemos que con Ronald Reagan se regularizó a tres millones de chicanos.

Nada relevante para ese imaginario español, sus presunciones y creencias no precisan de constataciones objetivas, ni de universidades norteamericanas que albergan a gran parte de la intelectualidad y ciencia del mundo, ni de una ciudad como Los Ángeles, que solo ella es un centro de creación cultural superior a España. Nuestra hidalguía y la pureza de sangre hace tiempo que se perpetúan en la superioridad moral de la izquierda (esa absurda y displicente afectación). Se da una sinuosa continuidad genética en ello.

Mientras los americanos van dando tumbos con presidentes a cual más impresentables e inicuos (que los retrata), los españoles por el contrario han disparado a su clase política a niveles estratosféricos, generando el foco venezolano europeo. Es impensable que activistas antidesahucios, anticapitalistas, antitaurinos, ocupas, colectivos dedicados a todo tipo de capturas (derechos varios, gratuidades, subvenciones, chiringuitos particulares, succiones, chanchullos siempre de naturaleza pública) estén en el poder en lugar de en "baretos", plazas y casas liberadas. Estos militantes de sus escuetas obsesiones monistas en que estén "especializados" y con las que llenan sus vidas -recomiendo leer sus currículos- jamás habrían ocupado cargos públicos en países de ciudadanía adulta. El espacio público es ya lugar compartido con el botellón, los saraos juveniles y apetitos adolescentes. Animado por los dirigentes, ventosas de Universidad y depredadores de becas, subvenciones, doctorados, colaboraciones, clases sueltas.

Con tal eximio bagaje cultural, esa tropa, de formación básicamente manifestante, busca nuestra reeducación en súbditos dirigidos y "comprometidos", para lo que basta tener una idea fuerte y religiosa antidesahucios, chavista, anticapitalista, antitaurina, antieclesiástica... y demás concisiones paletas. El más inigualable: Garzón.