Para cualquier observador objetivo, Enmanuel Macron es un triunfador con breve y brillante recorrido; un joven con ideas claras, constancia y fuerza para materializarlas y con la vanidad imprescindible para capitalizar y disfrutar sus éxitos. Un aprendiz de brujo entre el liberalismo y la sensibilidad social que confirmó los pronósticos con la mistura de los cantos de la grandeza propia y la galvanización de la unidad europea, y, con más de veinte millones de votos, obtuvo el mejor resultado en las presidenciales desde 2002.

Detrás de su fulgurante carrera en la banca y su meteórica ascensión política, con la única experiencia del Ministerio de Finanzas de Hollande, algunos ven un talento precoz y una larga ambición que, en circunstancias concretas, acaban en un mesianismo de amplia aceptación por la mayoría ciudadana. Así, muchos lo sienten y lo tratan como una suerte de Napoleón contemporáneo que, en el instante preciso, sirve a la patria y le devuelve el pulso y el brillo opacados. Otros lo temen como el Bonaparte que, por unir su destino personal a la nación, olvidó los derechos de los suyos y arrastró a todos en su caída.

Consuela a los contentos que Bruselas suspira aliviada y aplaude con las orejas la aparición triunfal de un líder que no llega a los cuarenta años y recita de "memoria y corazón" las consignas comunes de la integración continental. Tranquiliza a los vecinos que la temida amenaza de la ultraderecha, latente dentro de sus respectivas fronteras, en la más favorable coyuntura para sus intereses, no alcanzó un tercio del electorado y Marine Le Pen ya anunció la refundación de los intolerantes.

Todos, franceses y socios, esperan, con indisimulada avidez, los movimientos y pasos hasta las legislativas de junio, de las que saldrá una mayoría de apoyo a su programa, que, el día después, tuvo una tibia contestación -menos de un millar de personas- cuando sindicatos y fuerzas radicales apostaron fuerte en su organización. Hasta entonces Macron disfruta de un periodo de gracia en el que, si sabe aprovechar su tirón e imponer flexibilidad y cordura al austericidio, podrá dar la razón a sus partidarios más entusiastas y consolidarse como una esperanza para el Viejo Continente.