Ocurrido este fin de semana, el fallecimiento de Carme Chacón (1971-2017) rompió el clima que envuelve al país en la Semana Santa, cuando los ríos de fe y tradición fluyen por las calles y los litorales turísticos rebosan de familias que buscan una apacible semana de sol y yodo. Catalana, federalista y primera mujer que desempeñó la cartera de Defensa -su revista de tropas, embarazada y orgullosa, está en el imaginario colectivo de nuestra democracia-, fue elogiada por sus compañeros del PSOE, que pararon todos los actos de primarias, y por portavoces del arco parlamentario, que destacaron su relevancia en los gobiernos de Rodríguez Zapatero y la naturalidad con la que afrontó siempre su cardiopatía congénita. Cuatro días antes, y por una leucemia galopante, murió Elena de la Cruz, consejera de Fomento de Castilla La Mancha y tres años menor.

La noticia me sorprendió cuando hojeaba "El sueño de la Transición", del militar Manuel Fernández Monzón-Altolaguirre (La Esfera de los Libros, 2014), comprado la misma mañana en el Rastro santacrucero y que, a grandes rasgos, pone en valor la voluntad de la reconciliación "por encima de las contradicciones y cesiones de todos". Inevitablemente, la memoria voló hacia el 9 de abril de 1977, a la sazón Sábado Santo, y a la obligada guardia profesional tras los avances de RNE y TVE sobre la legalización del Partido Comunista de España, tras la previsible inhibición de los magistrados -todo hay que decirlo- y el informe favorable de la Junta de Fiscales del Tribunal Supremo.

Se dibujaron perfiles y nombres de protagonismo capital por su voluntad de entendimiento. Adolfo Suárez sobre todos. Nadie como él apostó por la devolución de las libertades y derechos, pero la olvidadiza nación castigó con la traición de los próximos y el olvido de los votantes que hoy, paradójicamente y según una encuesta de Metroscopia, le consideran como el mejor presidente posible. Después, por la entidad y coste de sus renuncias, Santiago Carrillo, secretario general del PCE, que aceptó los símbolos y firmó los pactos de La Moncloa, que abrieron la nueva era. Entonces Carme Chacón correteaba por Espluges de Llobregat, y Elena de la Cruz por Guadalajara, sin saber que sus vidas y muertes tendrían sitio y relieve en nuestra historia común.