Las ciudades deben tener una seña de identidad, un qué y un por qué, un objetivo que fije su desarrollo y su sentir diferente como meta de una planificación orientada a una especificidad concreta que haga que las ideas confluyan en la dirección de alcanzar el fin último, el tipo de ciudad que queremos.

Y ese objetivo pasa por diseñar procesos imaginativos y abiertos, tendentes a escuchar a la ciudadanía, a los colectivos sociales y empresariales, en definitiva a las fuerzas vivas de la sociedad chicharrera para perfilar la ciudad en la que queremos que se transforme Santa Cruz de Tenerife.

Porque hasta este momento, nuestra ciudad se desarrolla sin una línea fija y así, mientras se proyecta una mega playa moderna y funcional sin accesos adecuados a tal proyecto, la imagen del turista se confunde con plataformas petrolíferas, con obras que parece que nunca se terminan o con la ausencia de comercios abiertos a las personas que nos visitan en las fechas de llegada de los cruceros que avistan a nuestro puerto.

Con estas perspectivas es razonable tener unas inmensas dudas de hacia dónde se dirige la ciudad.

¿Queremos una ciudad de tipo turístico? Pues dimensionemos un plan serio, organizado y consensuado con las medidas necesarias para llevarlo a cabo. Un paquete de ideas con una financiación consolidada que permita no frustrar las ilusiones de los ciudadanos.

¿Queremos una ciudad industrial? Pues dotemos a Santa Cruz de unas infraestructuras atrayentes para aquellos que quieren crear empresas de todo tipo: logísticas, de nuevas tecnologías, de industria pesada, etcétera.

¿Queremos una ciudad dormitorio? Pues mantengamos la ciudad tal cual está, dormida.

Nos encontramos en esa encrucijada y, por eso, los regentes de la política municipal deben crear, antes que nada, un período de participación pública para conocer, de primera mano, el deseo de los ciudadanos en relación al futuro de la ciudad y, posteriormente, diseñar los cauces y mecanismos para hacer realidad ese proyecto.

Pensemos que lo que sea Santa Cruz en el futuro debe ser algo consensuado para que los cambios en la gobernanza del municipio no supongan frenos o interrupciones en la consecución de este fin común.

Una ciudad no se define por un eslogan sino por el marco de contenido que engloba ese eslogan. Santa Cruz tiene una marca pero carece del contenido que le dé sentido. ¿Es eso lo que quieren los chicharreros? Claro que no. Queremos una ciudad viva, que se defina en el mundo por la difusión de sus tradiciones a la par que por su dinamismo y su modernidad; que se dibuje en el mapa canario como la referente y la punta de lanza de todo un sinfín de proyectos que favorezcan nuestro progreso económico y social, y que haga además que los ciudadanos de Santa Cruz de Tenerife vuelvan a estar orgullosos de su ciudad.

Caminar por barrios como El Toscal, Salud Alto o Las Moraditas, por poner sólo un puñado de ejemplos, nos abre los ojos a lo lejano que están los faraónicos planes de una ciudad, diseñada en papel por los grupos que sustentan el gobierno municipal, la realidad cotidiana de un municipio que se siente ninguneado a lo largo de sus cuatro puntos cardinales. El suroeste se siente olvidado, el centro histórico desgarrado por la falta de la aprobación de su deseado Plan urbanístico Especial, Ofra con la sensación de ser moneda de cambio para subvertir las estadísticas de voto, o la entrañable Anaga que tan exasperantemente está dejada de la mano de Dios.

¿Por qué será que seguimos siendo superados por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria tanto en infraestructuras como en actividad comercial o en dinamismo de ocio, según la percepción que tenemos los propios santacruceros?

En definitiva, los eslóganes solo sirven si se apoyan en proyectos factibles, lo contrario únicamente genera productos ineficaces, caros y residuales.

*Concejal de Ciudadanos en Santa Cruz