Ana Mendoza es una vecina de Santa Cruz de Tenerife, comprometida con la cultura y la gente de esta ciudad, mucho más que la mayoría de los concejales y concejalas del Ayuntamiento. Y como cuenta el dicho canario, sin necesidad ninguna. Ella, igual que su marido y alter ego, Carlos, es una joven jubilada de Iberia. Sin embargo, la guapa azafata se mete, de manera altruista, en todos los fregados de Santa Cruz. El Viera y Clavijo es una de sus obsesiones. El parque le es familiar porque, como la niña bien que es, estudió en las antiguas Asuncionistas. Ana constituyó, junto a Carlos y otros vecinos y vecinas, una plataforma para la defensa del Parque Cultural Viera y Clavijo. Un conjunto declarado BIC, que se encuentra en un deplorable estado de abandono total. La pija, como la llaman algunos envidiosos políticos, a los que, sin duda, les gustaría que se estuviese quieta para que no les dejara en evidencia, ha llevado incluso al Parlamento de Canarias el estado del parque. Una rocambolesca situación que define la terrible apatía del Ayuntamiento y el Gobierno de Canarias en relación a nuestro patrimonio histórico. El Teatro Pérez Minik no tiene techo y en su antiguo escenario duermen desde hace años, acurrucados entre la tramoya, 18 indigentes, sin que los servicios sociales municipales les ofrezcan una solución digna y definitiva.

Losada, que así se llama el jefe de este singular grupo de desheredados de la fortuna, trabajó en la construcción hasta que llegó la crisis. Ni él mismo recuerda muy bien cómo llegó al Viera, pero lo cuida como si fuera suyo. Se lamenta de que uno de los viejos cipreses del patio trasero se secara antes de que instalara el riego por goteo. El resto de los árboles, que rodean la decapitada estatua de Viera, gozan, gracias a él, de una excelente salud. Losada cuida el parque para que no se produzcan expolios ni actos vandálicos y lo enseña a todo aquél que lo quiera ver. Por allí han pasado varios medios de comunicación, que han denunciado, sin éxito hasta ahora, tamaño sacrilegio cultural. Hace unos días, acompañé a Ana y a un sorprendido reportero del periódico EL DÍA, que se quedó anonadado por la desidia municipal, con uno de los más valiosos conjuntos históricos y culturales de la capital.

La inquieta Ana, al conocer la situación en la que vivían estas personas, amplió el fin cultural de su asociación y la reconvirtió en una verdadera ONG, que los apoya, acompaña e intercede por ellos ante el Ayuntamiento, para que deje de darles largas y les busque una solución definitiva. Sé que incluso, aunque a ella no le guste que lo cuente, pasó las Navidades con ellos, en el destartalado teatro sin techo, bajo las estrellas. Los inquilinos del Viera devuelven con creces lo recibido y bajan diariamente al barranco Santos, para ocuparse de quienes, según ellos, están peor, y les llevan parte de la comida que personas como Ana les regalan. Una veintena de personas a los que la maldita crisis ha obligado a ocupar las peligrosas y húmedas cuevas, en el fondo del barranco, debajo del lujoso Hotel Escuela.

Bajé con ellos y me sorprendí cuando me dijeron que por allí, salvo Ana y Losada, no había pasado nadie. Otro fallo estrepitoso de los servicios sociales municipales. El Viera, el barranco Santos y el poblado del Pancho Camurria son tres escandalosos fallos en la política social de la capital, que nos abochornan y que el alcalde debe solucionar de una vez, aunque para ello tenga que cesar a la concejala y nombrar a Ana. Si no lo hace él, en el 2015 lo haré yo.