Hace unos meses, en plena campaña para las elecciones municipales y autonómicas, la entonces consejera del Cabildo de Tenerife Vicenta Díaz quiso leer durante un pleno de este organismo una carta que contenía -luego se supo- graves acusaciones contra el presidente de la Corporación insular. Vicenta Díaz, Tita para familiares y amigos, no pudo cumplir su propósito porque Antonio Alarcó, portavoz del PP en el Cabildo, consideró que no era el momento oportuno. Pensó Alarcó, con una caballerosidad no usual en política, que airear el contenido de dicha carta en aquel momento podía alterar el ánimo de los votantes en contra de Melchior y a favor de los candidatos populares y socialistas.

Esa negativa de su jefe político le supuso a Vicenta Díaz posiblemente la última gran decepción de su vida. La carta se publicó después de su muerte para gran berrinche de un señor Melchior convencido -lo está desde hace mucho tiempo- de que al "dueño" de la Isla hay que tratarlo, como mínimo, con el respeto que exigían de sus súbditos todos los reyes de antaño y también algunos de los actuales. Las largas permanencias en el poder suelen conllevar estos perniciosos devaneos.

¿Pudo haber cambiado el resultado de las elecciones la lectura en campaña de ese documento? No lo sé; posiblemente no lo sepa nadie aunque, eso sí es evidente, mucho bien no le hubiese hecho al presidente y candidato Melchior. Pese a esta circunstancia, y refrendando el conocido aforismo de que ninguna buena acción ha de quedar sin su justo castigo, le ha faltado tiempo al dueño de la Isla para descargar su venganza sobre Alarcó. Porque al margen del contenido de la auditoría -de la que el líder del PP en la Corporación tinerfeña deberá dar las oportunas explicaciones- el pleno ad hoc convocado -y celebrado- ayer es una infamia que supone no la sustantivación de un mal perder -otra de las cosas que no le ha perdonado Melchior a Alarcó es que le ganara la plaza de senador en los pasados comicios-, sino de algo que se reduce a la burda pataleta de un niño. Va a ser cierto que a medida que nos hacemos viejos, retornamos también a los peores aspectos de nuestra niñez; en especial, a los berrinches cuando nos negaban un capricho.

Enrabietado o infantil, le cabe a Melchior el dudoso mérito de ser el primer presidente de esta Corporación en pisotear, por meros motivos de egoísmo personal e intereses electorales, una máxima que jamás violaron sus antecesores: el Cabildo siempre está por encima de las luchas de partido. Nadie, lo reitero, había llegado tan lejos en la ignominia política. Quedaba y queda mucho tiempo después de las elecciones para aclarar asuntos que sin duda han de ser explicados. Empezando por las acusaciones vertidas en la carta de Vicenta Díaz. Un tema sobre el que hasta ahora Melchior, en su papel de reyezuelo insular, se ha limitado a descalificar no a la consejera fallecida -a eso no se atreve-, sino a quienes finalmente cumplieron su voluntad de dar a conocer el contenido de tan contundente documento. Después de las elecciones, empero, no se causaba el daño que se pretende provocar a un rival en la carrera hacia el Senado. Torpe proceder, una vez más, del nacionalismo vernáculo, porque hace tiempo que la gente tiene muy calados a los líderes de CC.