HABRÍAMOS de entender como democracia el "predominio del pueblo en el gobierno político del Estado". Y el pueblo la puede ejercer de forma directa o de forma representativa. Esta última es en la que nosotros participamos otorgándole nuestro voto a este o aquel partido político o coalición de ellos. Esto habría de suponer la igualdad entre todos los ciudadanos (sucede que, como dijera Felipe González, unos son más iguales que otros) basándose en el sufragio universal; la igualdad de todos ante la ley (hartos estamos de ver como esto es una quimera); el reconocimiento de derechos individuales inviolables; el derecho a la libre asociación, reunión, prensa y palabra; y en la aceptación de la voluntad de la mayoría respetando la opinión orgánica de la minoría.

Sucede que una vez que los partidos recogen nuestro voto en unas elecciones, aquel "pueblo" queda reducido a un cuerpo de electores sin existencia real continuada en cuanto a participación directa en aspectos esenciales del funcionamientote la sociedad. Y lo que pretendía ser democracia queda convertido en lo que hemos dado en llamar "partitocracia": los partidos, sus "aparatos", hacen de nuestra capa su sayo. Incluso lo hacen no solo respecto de sus votantes sino que también de sus militantes. Buena prueba de esto último la hemos tenido y tenemos aquí en Canarias, y específicamente en Tenerife donde un "golpe de mano" por parte del aparato regional del PSC-PSOE se cargó a la ejecutiva insular y a la ejecutiva de la capital.

Si la democracia fuese un reflejo de la voluntad del pueblo no tendríamos que sufrir el espectáculo que los aparatos de los partidos nos vienen mostrando tras los resultados de los procesos electorales. Todavía recuerdo desagradablemente cómo habiendo sido el PSC-PSOE la fuerza más votada al Parlamento de Canarias en 2007 (322.833 votos; 26 escaños) fue imposibilitada para gobernar por desgracia de un pacto entre PP y CC-PNC que fueron las fuerzas minoritarias, y por ese orden, recayendo la presidencia del Gobierno precisamente en la coalición política menos votada. Ahora, tras las últimas elecciones, la fuerza más votada ha sido el PP y posiblemente no pueda formar gobierno por causa de los pactos que imponen los aparatos de los partidos. No los militantes de unos u otros. Desde luego no los votantes que en las urnas han dado más votos a un partido que a otros.

¿Qué pretenden los pactos? ¿Acaso un buen gobierno para la ciudadanía? Ni hablar. Demostrado está que la pretensión fundamental es el poder, las prebendas, el clientelismo y aún el aforamiento. Todos quieren mandar, que es distinto que gobernar, porque "en la oposición hace mucho frío" (sic. Juan Carlos Alemán). Y es que muchos de nuestros políticos, esos a quienes nosotros otorgamos el voto, desmerecen a la democracia menospreciando la Oposición (así, con mayúscula) en tanto que institución importantísima de esa democracia representativa y que tiene como misión fundamental el control al Gobierno; a los gobiernos en cualquier ámbito territorial y/o local. Para comprender, defender y volcarse en aquella institución (en la que tanto frío hace) lo primero que hay que tener es vergüenza. Cuando este artículo vea la luz (lo estoy escribiendo el 30 de mayo) seguramente que los aparatos regional y estatal del PSOE habrán impuesto a los militantes de estas ínsulas los pactos que aquellos tengan a bien, en clara afrenta a la dignidad.

Está siendo urgente una reforma de la ley electoral a nivel del Estado que imposibilite la asimetría del valor de los votos; y que otorgue a la fuerza más votada el derecho a la formación de gobierno.