Los indianos de verdad han quedado reducidos. Son la resistencia. Sobreviven en algún bar, a la sombra de cualquier esquina, escondidos detrás de un puro, mientras recuerdan aquellos desfiles apoteósicos hasta La Alameda, de guasa, cuando eras capaz de abrazar al vecino aunque llevaras un año sin saludarlo... ¡Espere (usted que lee)! Es mejor decir que no es plan de buscar enemigos desde el primer párrafo, que la fiesta ha cambiado. Lo dices así y quedas en medio de la nada. ¿Es ahora peor?, no. ¿Diferente?, en todo. Ya pones eso y lo bordas. Es el periodismo ese moderno que tanto se practica.

Llegas a la ciudad y las calles desde primera hora están llenas de gente elegante. En eso sí se ha mejorado. Hay menos pantalones vaqueros con camisa blanca apretada. Es una fiesta masificada. Es lógico, todo lo bueno, lo mejor, se acaba desbordando. Son miles. ¿Cuántos miles? El cronista siempre cree que hay decenas de miles menos (sí, decenas) de los 70.000 que afirman cada año las fuentes oficiales. Uno piensa que mienten. ¡Vale! Olvide mentir. Mejor poner equivocarse. Eso. Este año incluso hasta parecieron menos.

El ayuntamiento tiene que organizar dos cosas, solo dos, el resto lo hace el pueblo. Una: el reparto de polvos, que ya me dirán la dificultad que tiene. Te pones encima de un camión y los tiras. Nivel básico. Dos: la llegada de la Negra Tomasa a la plaza de España, donde desde el mediodía se van concentrando los indianos. Allí, con poco espacio para moverte, te das pronto cuenta de que es la época de la fotografía y el Facebook. A la misma velocidad. Más importante la red social que vivir el momento. El animador, con micrófono en mano, articula un discurso coherente. Más corto que en años pasados. Correcto para no aburrir al respetable. Suelta incluso una frase justa en el momento oportuno: "Estamos en el mejor lunes del año". Enorme.

Minutos más tarde, aparece la Negra Tomasa, el personaje al que ama el indiano. La gente está allí para verlo. A él. A nadie más. Se equivocan y lo bajan a la plaza antes de tiempo, en realidad llega cuando aún el grupo de baile actúa a las puertas de la iglesia... y lo hacen esperar a mitad de las escaleras. ¿Hacer esperar a Sosó? Miras a tu alrededor y piensas "tierra, trágame".

La Negra Tomasa entra en escena. El móvil suena. Un wasap. El sobrino: "xq no cantan la canción? Pues vaya cagada". El chico salió mal hablado... Tuvieron que olvidarse. La Negra Tomasa tiene su conga. Es la sangre indiana. Cuando baja, el grupo de turno la toca y "Sosó" se rompe con la letra de Fran Medina. Es igual que los libros de Santillana. Sabes eso o no sabes nada. El animador sí llegó a recordarla: "Al carnaval palmero me voy, dónde mejor se puede gozar". Luego, si alguien la tocó, nadie la escuchó. ¡Te dan ganas de irte!

Son algo más de las dos de la tarde y la gente se dispersa. En un mogollón más distribuido. Te encuentras indianos en bares, en restaurantes, detrás de un coche comiendo y enganchados del surtidor... otros se marchan. Sí, hay personas veteranas que saben lo que luego viene y ya no están para tantos trotes. Para esos trotes al menos, no.

Los indianos de tarde no tienen un hilo conductor. La "programación" es matinal. A media tarde se regalan miles de kilos de polvos de talco. Hay gente que muerde por agarrar uno. "Son polvos y no oro, relájese", le acabas diciendo a un cincuentón que te empuja como si le fuera la vida. Te mira mal. Luego, que cada uno haga lo que quiera. Falta un cartel que ponga: "La ciudad es vuestra".

Hace tiempo, parece que fue en la edad de piedra cuando en realidad hará poco más de una década, había un desfile. Ahora, sigue siendo divertido. No hay, en general, mal rollo. Ni peleas. Decenas de miles de personas "tiradas" en cualquier lado y es raro ver una castaña. Se agradece.

Por la noche quedan los que quedan. Para qué mentir, como en toda fiesta.