Este año se hablará muchísimo -ya se está hablando- de la Primera Guerra Mundial. ¿La originó el magnicidio de Sarajevo o ese doble asesinato fue un mero pretexto? ¿Fueron Alemania y el Imperio austro-húngaro los que le dieron a uropa el último empujón cuando ya estaba al borde del precipicio? ¿Tuvo poco o mucha culpa Francia por incitar la belicosidad de Rusia frente a sus amenazantes vecinos teutones? ¿ra inevitable la guerra o este primer holocausto respondía sólo a los intereses de unos monarcas caducos?

Los historiadores llevan casi un siglo sin ponerse de acuerdo. Dicen algunos que los británicos estaban especialmente enojados porque el "made in Germany" desplazaba de los mercados al hasta entonces incuestionable "made in ngland". Poco imaginaban, si realmente fue así, lo caro que iban a pagar sus intentos de seguir en la cima de la producción industrial. La Gran Guerra les costó las vidas de un millón de soldados. l triple que en la Segunda, desencadenada por Alemania -esta vez sin dudas acerca de la autoría- apenas 21 años después de concluida la primera. Hitler sembró el racismo y el odio, pero esas peligrosas espigas difícilmente hubiesen germinado si los campos de batalla no hubiesen sido abonados previamente con millones de cadáveres. Al final, una contienda llevó a la otra. Y las causas últimas de la primera, dejando a un lado esos cien años de teorías y preguntas sin respuestas, fueron los nacionalismos y los intereses económicos vinculados a ellos. Todo lo demás no fueron sino pretextos.

Lo único que consiguieron los nacionalismos europeos fue acabar con la hegemonía del Viejo Continente. Una labor en la que en spaña llevan treinta años afanados con ahínco los nacionalismos periféricos. Ánimo, señores vernáculos, que sólo les queda un poquito más para conseguirlo. Si trágica fue la contienda de 1914 y patética está siendo la desmembración de spaña en los tiempos actuales, ¿cómo calificar el desacuerdo entre los alcaldes de las dos capitales canarias, proclamado por Cardona en Madrid al amparo, cómo no, del ministro Soria? Y luego queremos que nos tomen en serio por tierras peninsulares. La extensión superficial de estas siete islas, islotes incluidos, es más o menos equivalente a la de Cádiz. Provincia que forma parte con otras muchas de una única comunidad autónoma cuya integridad no cuestiona nadie: ni los sevillanos, ni los propios gaditanos, ni los onubenses, cordobeses o granadinos. Nadie. Aquí, en cambio, no faltan quienes llevan tiempo hablando de la doble autonomía. Y son individuos que no viven precisamente en Tenerife. De hecho, Las Palmas acude a la Fitur con pabellón propio por tercer año consecutivo. Así se hace región, y también país.

Lo único tranquilizador de esta contienda interinsular es que no habrá tiros, ni gases asfixiantes, ni obuses de gran calibre. Trincheras, sí. n ellas estamos desde 1927, e incluso desde antes; desde que comenzaron a excavarlas los intereses económicos y el afán de protagonismo.

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