Me gustaría saber cuáles son esos informes en los que se apoya Paulino Rivero para decir que 2014 es el primero de los años buenos que están por venir. Si se trata de crear optimismo en el personal, bien por sus intenciones pero nada más porque, no nos engañemos, a día de hoy Canarias sigue teniendo unos 380.000 parados con muy pocas perspectivas de encontrar colocación. Da igual que el presidente de Fepeco abogue por reservar para empresas regionales las obras que se acometen en el Archipiélago. De momento la mayoría de esas obras han de ser de titularidad pública, habida cuenta de que el sector privado no está para muchos trotes; al menos mientras los bancos mantengan cerrados los créditos porque les resulta más seguro comprar deuda pública. Y obras públicas, mayoritariamente destinadas a infraestructuras, tampoco muchas por los recortes. Además, ni siquiera en el caso de que la Administración se lanzase a licitar contratos se reduciría apreciablemente el paro en el sector porque las carreteras -lo ha recordado más de una vez el propio presidente de la patronal de la construcción- las hacen las máquinas; las peonadas son necesarias para levantar edificios, no puentes.

Huelga explicar que sin recolocar a las 100.000 personas de estas Islas que se han quedado sin trabajo en la construcción no hay forma de reactivar la economía regional. Esa ingente cifra de empleados tiraban del consumo y el consumo, junto con un sector turístico que afortunadamente sigue bien, han sido el soporte de una relativa abundancia durante los últimos diez o quince años. Cuando el presidente del Gobierno de Canarias diga con claridad cuál es la salida laboral que él tiene en mente para esas personas a lo mejor me creo sus buenos augurios.

ientras tanto, y sin afán de aguarle a nadie el comienzo del año, hay más motivos para el escepticismo que para el optimismo de Rivero y similares. Ayer al mediodía todos los valores del Ibex-35 (el principal indicador de la Bolsa de adrid) salvo cuatro estaban en negativo. Las bolsas mercantiles suben y bajan no siempre en relación directa con la situación económica. Los vaivenes de los mercados son habituales. Lo preocupante es la falta de solidez; la carencia de fuerza en el flujo del dinero. Ese fenómeno que los entendidos llaman volatilidad y que en lenguaje corriente se denomina miedo. Falta de confianza, si lo prefieren. Un síndrome nacional materializado en la queja de argallo, ministro de Exteriores y paladín incansable de la "arca España", cuando lamenta que la peor imagen de este país no es la que pueda existir en el extranjero, sino la que tienen los propios españoles de sí mismos. Circunstancia lamentable, desde luego, aunque habría que preguntar la razón de que eso sólo nos ocurra a nosotros.

Tal vez la culpa la tengan aquellos -políticos y no políticos, empezando por ese nuevo agorero de la economía llamado Paulino Rivero- que han convertido lo que era una democracia aguada, pero democracia a fin de cuentas, en una partidocracia sustentada en promesas incumplidas y en conjeturas improbables que únicamente buscan las perpetuaciones personales en la poltrona. Demasiados años de embustes reiterados para que los ciudadanos se fíen de algo o de alguien.

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