UN TEMA tabú. La modificación del POSEI de 1993 salvó a un cultivo condenado a desaparecer por la lógica del mercado; sus costes de producción y transporte eran (son) mayores que los de sus competidores y, por tanto, debe salir a la venta a un precio superior. Esta situación de desventaja obtuvo respuesta política y se negociaron e implantaron dos medidas que coexisten hoy en día: subvención directa a la producción y arancel (impuesto de entrada) a los plátanos no comunitarios. Camino despejado, de momento.

Todo lo relacionado con el plátano es noticia. El sector se encarga de trasladar sus cuitas a la opinión pública para que sus problemas sean de todos los canarios; el plátano como asunto de Estado. La defensa del plátano de Canarias -el negocio y sustento de unos cientos de productores y de unos pocos miles de trabajadores- es bandera nacional. Admirable tal capacidad de influencia y enorme la efectividad de la campaña: cualquier ciudadano de las Islas preguntado al respecto apoya sin fisuras la existencia del cultivo del plátano como parte de su identidad cultural, como actividad que preserva el paisaje por la que merece la pena luchar; consenso para definirlo como actividad estratégica aunque no sea rentable; absurdo, por cierto.

Podríamos cuestionar por qué son los plátanos los que recibieron (reciben) tal atención pública y no los quesos de cabra, los vinos o los muebles de cocina. Sus defensores pondrán sobre la mesa la protección del medio ambiente, del paisaje y de las tradiciones. Tal es la fuerza del "lobby" platanero que ya la primera ley de espacios naturales de Canarias consagró una zona de bancales dedicada a su cultivo como paisaje protegido, El Remo, en La Palma, cuyas paredes de contención, sorribas e invernaderos solo tienen de natural el calificativo otorgado en la norma. Así funciona el sistema; impecable puesta en escena, insisto.

Entretanto, el platanero está secuestrado por la burocracia de la propia organización que deriva porcentajes para su sustento. Entrar en el reparto tiene su precio. Y observa con estupor cómo cada vez recibe menos, cómo se maltrata el producto en el mercado y no se aprovecha el dinero (público) para posicionar un producto distinto, que lo es, empeñados en competir en los mercados por precio. Plátano grande ande o no ande.

Entretanto, el platanero pierde una magnífica oportunidad, la oportunidad de hacer otra cosa, de hacer negocio con la agricultura y crear empleo: el ochenta y cinco por ciento de lo verde que se consume en Canarias entra por los puertos y el precio del transporte subirá inexorablemente por la aplicación de la tasa del CO2, consignada en el protocolo de Kioto, que ya está aquí. El futuro de la agricultura está en casa.

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