"Dadme un banco, la policía y un periódico y yo construiré un país"

(Atribuida a Josep Tarradellas)

NO PENSÉ en ella hasta bien poco. Fue un "¿por qué no?" en 2009. Me atreví entonces a proponer para Canarias un "Proyecto país" basado en el preámbulo de la ley de puertos francos de Bravo Murillo de 1852 -toda una declaración de independencia en sí misma-, un instrumento legislativo eficaz que nos permitió avanzar por la senda del crecimiento durante ciento veinte años; añorado, por cierto. El término "Proyecto país" lo acuñó Rafael Mesa, que persevera (todavía) en la necesidad de forjar "una visión de lo que queremos que sea el archipiélago hoy y así poder tener futuro". Aboga por reducir la Administración y liberalizar la economía. Como yo, es defensor de los puertos francos, de acabar con las subvenciones y de dejar los negocios en manos de las empresas y de la propia dinámica del mercado. En esto último algo discrepamos: Rafael se ha vuelto un liberal acérrimo y yo creo imprescindible controlar los abusos.

El debate sobre el petróleo y las aguas territoriales da pie a una (nueva) tesis independentista: trazar la mediana con Marruecos requeriría el reconocimiento de la ONU como nación soberana; sus postulantes escenifican la renuncia o incapacidad para entendernos con nuestros vecinos. De ahí, toda una estructura argumental que nos sitúa fuera de España, considerada metrópoli, y que clasifica todos nuestros males como resultado de una conspiratoria política colonial. En este asunto, el de la independencia, discrepo con el director-editor de este periódico. Él machaca la idea y yo le animo a estudiar los pros y los contras en cada sector, recorrer prudentes un camino largo y suficientemente trascendente como para no dar un paso en falso, en su caso. Tampoco me gusta la parafernalia ni los artefactos propios del fenómeno independentista, ni las banderas ni otros símbolos.

Convencido. Porque Tarradellas se equivocaba. Y fui testigo. Viví en Cataluña en el noventa y dos, justo después de los Juegos Olímpicos. Tras quince años de puyolismo recalcitrante, hervía la euforia por el enorme éxito del "Freedom for Catalonia". Mas la realidad de ahora presenta a Barcelona como perdedora en el equilibrio bipolar de aquella época, pese a que los nacionalistas catalanes fueron llave en Cortes, pese a los millones invertidos, a la normalización excluyente, al Estatut y a otros veinte años de fundamentalismo. Nada, ni así; la independencia no está en la hoja de ruta, una mera herramienta de presión para exprimir al Estado. Dicho lo cual, confieso que, aunque me seducía para Canarias, se me antoja una meta, en analogía, utópica.

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