Llegó a Tenerife en su adolescencia y lo recibieron con hospitalidad; como se recibe en estas Islas a cualquier foráneo. Sin embargo, ya a esa temprana edad empezó a mostrar la faceta más definitoria de su personalidad: la traición gratuita. La primera de sus felonías conocidas la cometió con sus propios compañeros de clase. Un día organizaron una escapada del colegio (una fuga, como se dice en Canarias) en la que él tomó parte como uno más. En medio del alboroto, se despistó del grupo y corrió a chivarles a los curas los nombres de los cabecillas. Enterados sus condiscípulos de tan innoble acción, lo esperaron tras una esquina para darle una paliza. Intervino la fatalidad y lo que solo iba a ser un escarmiento de chiquillos se convirtió en una tragedia, pues sin quererlo le rompieron una pierna y lo dejaron cojo a perpetuidad.

Pasó el tiempo e hizo sus primeros pinitos en política. Todavía en vida del general iba de trotskista aunque con las espaldas cubiertas: su papá, militar de carrera y muchísimo mejor persona que él, lo salvaba de sus atrevimientos siempre que era necesario con una simple llamada de teléfono. Probó suerte en la Universidad pero no la tuvo. Él mismo cuenta engreído, como si eso fuese un mérito, que lo echaron por agredir a un profesor que lo había suspendido. A falta de algo mejor que hacer se dedicó al periodismo extorsionador. Político que llegaba a un cargo relevante en Canarias, político que tenía que pasar por caja -por la suya-, pues de lo contrario tenía por delante un porvenir de insultos, descalificaciones, mentiras y hasta amenazas divulgadas desde publicaciones confidenciales que no leía nadie, salvo los propios chantajeados, a pesar de lo cual él las vendía muy bien.

Años y años de atropellos le propiciaron cierta fortuna. Un capital no tan grande como presume habitualmente, pero sí bastante más abultado que otros colegas de profesión con menos audacia pero más vergüenza. Hasta que llegó Rivero a la presidencia y mandó a parar. "Hemos estado engordando a quienes nos atacan", dijo el hombre de El Sauzal como buen mago político que es. En pocos meses le desmanteló el tinglado que tanto le habían tolerado otros mandatarios nacionalistas, entre ellos Adán Martín, y lo dejó sin ingresos. Babeó misericordia entre algunos conocidos -incautos que algún día descubrirán el auténtico significado de criar cuervos- y le dieron un programita en una radio antes al servicio de CC y hoy del PSOE, como corresponde a la línea de su matriz central. También lo acogieron en un periódico -ironías de la vida- subvencionado por su gran enemigo, en el que publica las diatribas que antes daba a la luz en un diario de Las Palmas -reproducidas asimismo por su hijuela de Tenerife-, y del que lo echaron cansados por igual de la poca calidad de su literatura y de sus tejemanejes.

No es un peninsular, puesto que los peninsulares son los españoles decentes y respetables. Es un godo jediondo; término que empleamos los canarios para designar al petulante llegado de la metrópoli, que presume de villas y castillos sin que en realidad tenga donde caerse muerto. Un calificativo, el de jediondo, que le encaja perfectamente en lo físico y en lo moral, pues para estar a menos de dos metros de él hace falta taparse la nariz con un pañuelo perfumado. Por eso lo llaman, según nos han dicho, el mofeta. Miente más que habla y eso que habla hasta por los codos con la suficiencia de un catedrático y con la labia de los charlatanes. Miente tanto, que hasta va diciendo por ahí que su cojera no se debe a un ajuste de cuentas por una perfidia entre colegiales, sino a un tiro que recibió en Nicaragua mientras informaba sobre una guerra en la que jamás estuvo. No citamos su nombre porque siempre, como hemos explicado a nuestros lectores, hablamos del pecado pero no del pecador. Además, no queremos ensuciar una página de artículos tan nobles como la presente, ni ninguna de las páginas de un periódico, cual es EL DÍA, en el que jamás han tenido cabida las plumas de su calaña y jamás la tendrán.

Saben nuestros lectores la dedicación y el empeño que ponemos a diario en la defensa del pueblo canario. Les pedimos que nos disculpen el paréntesis de hoy, pero también prestamos un gran servicio a esta tierra desenmascarando a los quintacolumnistas del colonialismo que nos esclaviza, nos oprime y nos esquilma. Todos ellos, lo repetimos, han venido a Canarias a comer caliente -y de paso a pisotear el buen nombre de personas decentes- mientras muchos canarios siguen pasando hambre y miserias.