Puedo entender que en épocas de crisis resulte necesario prescindir de muchas cosas; prescindir incluso de un hospital, aunque no se debería. La salud es lo primero. Podemos estar mejor o peor preparados para defendernos en la vida; podemos tener más o menos oportunidades de empleo. Nada de eso sirve, sin embargo, si carecemos de salud. Por lo tanto, reducir la capacidad de prestaciones de un centro sanitario simplemente porque no hay dinero debería ser la última acción emprendida por un político. Sobra decir que en el mundo real, ese mundo al que debemos enfrentarnos cada mañana, las decisiones adoptadas desde el poder son otras. Ahí tenemos el caso de Cataluña, donde se cierran hospitales pero no se sustrae ni un euro de las políticas lingüísticas ni, por supuesto, se cierra una sola de las "embajadas" del nacionalismo de la butifarra. El otro día contaba su caso en televisión un señor aquejado de cáncer pero puesto en una lista de espera, inicialmente de tres meses, para ser intervenido. Nada importa que en enfermedades como la suya el tiempo corra muy en contra. ¿Y qué más da mientras haya dinero para mantener un taifismo sin el cual Arturo Mas sería un don nadie y Paulino Rivero menos todavía?

En Canarias, de momento, no se están cerrando los hospitales. Se cierran los quirófanos en horario de tarde para que no se acorten demasiado las listas de espera, pues eso hasta feo estaría. No se cierran pero tampoco se abre un centro tan necesario y tan vergonzosamente demorado -no solo por cuestiones económicas, sino por deleznables intereses particulares- como es el Hospital del Norte. Todo el gozo de una comarca bastante deprimida ahora y desde hace tiempo, como es el Norte de Tenerife, arrojada al pozo de la infamia. Porque infame es que siga existiendo una Televisión Canaria, una Radio Canaria y hasta una Policía Canaria -generosos son para algunos asuntos los que manejan el erario regional-, pero no un centro sanitario para que miles y miles de personas no tengan que desplazarse al área metropolitana de Santa Cruz. Claro que sin Televisión autonómica personajes intelectualmente tan autorizados como Willy García (perdón, quise decir don Guillermo, que es como a él le gusta que lo llamen) no cobrarían sueldos de decenas de miles de euros. Ni tampoco tendría trabajo, verbigracia, la señora hija de la señora delegada del Gobierno. Circunstancia que nos llevaría a que un señor con patente judicial continuase metiéndose con el excelentísimo señor presidente del Gobierno vernáculo; es decir, con el inefable entre inefables Paulino Rivero. Por eso son imprescindibles despilfarros como la tele de don Willy pero no un hospital. Cierto que el precio a pagar es alto en desatención, paro y miseria, si bien eso es asumible y, además, viene de antiguo. Cuando se construía la catedral de York, allá por 1220, muchos increparon al obispo Walter Grey porque estaba destinando a un templo demasiado suntuoso el dinero que tenía su diócesis para los pobres. "Los gastos son enormes -admitió- pero algunos de nuestros mendigos deberán sufrir hambre para mayor gloria de Dios". Me pregunto cuántos canarios tendrán que seguir pasando hambre para que vivan opíparamente unos cuantos hijos -e hijas- de su madre.