LEO por ahí -en este propio periódico, sin necesidad de ir más lejos- que los nacionalistas quieren expulsar a Ignacio González de su grupo en el Parlamento de Canarias. Pretenden desterrarlo, y a ser posible esta misma semana -que no lo va a ser-, al gallinero mixto donde se pudra -políticamente hablando- cerca de sus nuevos amigos del PP. A Nacho lo responsabilizan de que CC no haya sacado el segundo diputado por Tenerife. He jugado en casinos de medio mundo, amén de asistir a timbas de póquer que comenzaban el viernes por la noche y no acababan hasta el domingo por la mañana; y a veces por la tarde. Quiero decir que he visto de cerca el comportamiento de miles de jugadores; desde los tahúres profesionales hasta los pichones a los que desplumaban sin misericordia, pasando por los adictos, los compulsivos y hasta los científicos que van con las lecciones de cálculo de probabilidades y de estadística bien aprendidas, al menos eso creen ellos, para conseguir el gran logro de perder hasta la camisa más rápido que los pardillos. Una fauna bastante heterogénea, ustedes sabrán imaginársela, con un denominador común: pocos son los perdedores que asumen la culpa de su descalabro. Para casi todos el responsable es alguien que estaba al lado, un gafe que pasaba por allí y entró a tomar café o alguna conjunción planetaria como la anunciada en su momento por esa gran pitonisa del socialismo zapateril que es Leire Pajín. Sobra añadir que el ganso -los rusos dicen un ganso para designar lo que nosotros llamamos una cabeza de turco, dicho sea con perdón para los turcos y los gansos- de CC está siendo Nacho González. En la derrota nacionalista -más estrepitosa aun que la del PSOE; lo escribí ayer y lo reescribo hoy- nada ha tenido que ver su alianza con los socialistas, ni el apoyo a Zapatero en Madrid, ni el hecho de que Canarias sea la comunidad autónoma española con más paro, y con diferencia. Tampoco ha tenido nada que ver la ceguera de un presidente -Paulino Rivero, para que nadie se despiste- obsesionado desde que se levanta hasta que se vuelve a acostar no con los acuciantes problemas que embargan el futuro de estas islas, sino con cerrar un periódico que no le ríe las gracias. Algo, lo de acabar con EL DÍA y con José Rodríguez, bastante comprensible pues los apoyos que se ha buscado en una hoja parroquial tinerfeña últimamente un tanto a la deriva y en dos medios canariones, uno impreso y digital y otro solo digital, parece que no le están dando los réditos necesarios para evitar que su coalición siga hundiéndose en la nada. Cierto que embarcarse en unas chalupas cuando se avecina un tifón no se le ocurre ni al que asó la manteca, pero parece que sí a quien sigue reuniéndose de vez en cuando con sus amigos para freír huevos.

Sea como fuese, el culpable de todo no es otro, insisto, que Ignacio González. Alguien que ayer mismo se descojonaba de los propios nacionalistas en un artículo publicado por este periódico. No es para menos: nunca un par de senadores le habían salido tan baratos a un partido. ¿Acaso no es la política el arte del mercantilismo disfrazado? Ay. Por cierto, a ver si mañana tengo tiempo y hablo de números. De números capicúas, para ser precisos; tanto de los que son divisibles por 11 como de los que no.