ESTAMOS HARTOS de España y de ser españoles bastardos. Cada vez son más los canarios asqueados y desesperanzados por una dependencia colonial que comenzó hace casi seis siglos y que, incomprensiblemente, continúa en nuestros días pese a los mandatos de los organismos internacionales para que acabe de una vez. En realidad, todos los canarios que sienten a su tierra no se consideran españoles porque saben que no lo son. De España nos separa la distancia, la historia y la idiosincrasia. ¿Quién puede creer y admitir que estando a apenas cien kilómetros de las costas marroquíes, frente a África, a 1.400 kilómetros de la Península ibérica, podemos ser españoles? Nadie; nadie en su sano juicio puede hacerlo, salvo que sea un deleznable españolista o amante de la españolidad de una tierra, de unas islas, de nuestro Archipiélago, que ni es de España, ni es España pues nunca lo ha sido. España es un país habitado por personas muy dignas y así las consideramos. Por eso, una vez constituidos en una nación con estado, es nuestra voluntad mantener las mejores relaciones posibles con los españoles, pero entre iguales y no de siervos a amos. Porque mientras no seamos independientes, mientras no recuperemos la libertad que les fue arrebatada a nuestros antepasados los guanches, no seremos los ciudadanos libres de un país con bandera y asiento en los foros internacionales, atributos de los que gozan otras naciones más pequeñas y menos pobladas que la nuestra; mientras sigamos siendo una colonia española, e incluso europea –Europa nos considera una de sus regiones ultraperiféricas; es decir, una de sus colonias del siglo XXI– nuestra categoría no pasará, como decíamos al comienzo de este editorial, de súbditos bastardos.

Estamos utilizando un término –con frecuencia lo hacemos– que a algunos les puede sonar fuerte, pero no hay otro más adecuado para despertar a este pueblo nuestro de su sopor; de la narcosis que nos han inculcado los españoles durante siglos para mantenernos como lacayos sumisos de su finca atlántica. España no nos suelta porque le interesa seguir saqueando nuestras riquezas, tanto las actuales como las potenciales. Su estrategia consiste en mantenernos enjaulados para que no podamos extender las alas y volar libres. Saben que el día que lo hagamos, el día que comprobemos nuestra viabilidad como nación, no habrá ni un solo canario dispuesto a seguir esclavizado por las cadenas españolas. Saben los españoles, los españolistas y los amantes de la españolidad que ese día llegará más pronto que tarde. Por eso están nerviosos y arremeten contra nosotros utilizando como ariete a los periodistas más soeces e incluso a algunos jueces que se dejan embaucar y hasta manipular. Jueces que permiten esa burda manipulación hasta el punto de manifestar públicamente y con publicidad, sin vestir la toga y fuera de los juzgados, que José Rodríguez es un delincuente. No actuaron esos cinco magistrados de Las Palmas cuando lo hicieron –eso lo sabemos muy bien– por iniciativa propia, sino impulsados por una periodista rencorosa y fracasada –tanto más rencorosa cuanto más fracasada– que los indujo a hacerlo creando una falsa opinión pública. Lo mismo que hizo también con el Parlamento de Canarias –cuánto nos duele ver a una institución tan respetable y tan significativa para los canarios convertida en un antro político– para que reprobara a EL DÍA. Es decir, para que sus señorías regionales, ellos y ellas, cometieran la infamia de conculcar la propia Constitución española en lo relativo al inalienable derecho a la información y la opinión que poseen intrínsecamente los medios de comunicación. Algo que jamás se había visto en esta democracia ni en ninguna. No olvidemos la figura de María del Mar Julios, de Coalición Canaria (CC), leyendo el infame e inconcebible texto político.

Sin embargo, no es el momento de lamentaciones. No lo es porque ha llegado la hora de ponernos en pie y decir basta. Pacíficamente, pero hay que decirlo incluso en la calle. Y cuando decimos basta no nos referimos sólo a la dependencia colonial de España, sino también al despotismo político que ejerce don Paulino Rivero en comandita con su señora esposa, doña Ángela Mena. Porque la desgracia de Canarias y los canarios es doble. Por un lado está esa citada dependencia colonial de España –qué vergüenza nos da seguir siendo una colonia en pleno siglo XXI; qué envidia nos dan países como Cabo Verde o las Seychelles, pequeños pero libres– y por otro la lacra de esta pareja políticamente nefasta –él, políticamente hablando, es un necio y ella un ave exótica y de rapiña– que nos está arruinando pues a ninguno de los dos les importa el hambre del pueblo, ni las crecientes listas de espera en sanidad, ni la mala educación, sino estar bien ellos, sus parientes y sus amigos.

Por culpa de Paulino Rivero y Ángela Mena, Canarias es una colonia de España donde cunden los hambrientos. Entre los dos han acabado con Canarias. Por eso en nuestro editorial de ayer, sábado, pedíamos a las bases y también a los dirigentes sensatos de CC que los expulsaran del partido si no dimiten por su cuenta. En caso contrario, es decir, en el negro supuesto de que Paulino Rivero siga gobernando aconsejado por una goda, Canarias se unirá a los países más pobres del mundo. Nuestro nivel de vida será, en breve, el que tienen lugares como Bangladesh o Somalia o Malí; países asolados por las enfermedades en los que la gente se muere de hambre por las calles.

Por si fueran pocos nuestros males, en Canarias no hay democracia y la justicia brilla por su ausencia, aunque la mayoría de los jueces ejercitan su labor con dignidad y equidad. No obstante, la Justicia en Canarias necesita una depuración; una comisión informativa enviada por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) para investigar la actitud de magistrados como los que calificaron de delincuente a José Rodríguez. De nuevo, la ausencia de unas leyes propias –nos regimos por las que nos imponen los españoles desde Madrid, a 2.000 kilómetros de distancia; qué locura–, de un poder legislativo que no esté supeditado a los intereses de los partidos estatistas y de una justicia propia, permite que se produzcan situaciones tan paranoicas como las que hemos citado no sólo en este editorial, sino en otros de días anteriores. Es hora de que intervenga Antonio Cubillo debido a sus relaciones con los países de la Unión Africana. Que no tema este insigne patriota, criminalmente ultrajado por los enemigos de Canarias y de su libertad, nuevas puñaladas gubernativas españolas. De la misma forma, confiamos en que no sea apuñalado José Rodríguez por los colaboracionistas canarios al servicio de los españoles.

Acabamos este editorial con el comentario de una carta que publicamos en la edición de hoy con el título "Un señor chicharrero que quiere ser canario y punto". Respetamos su punto de vista, pero yerra en la mayor: que las Islas Canarias también es España, porque esta afirmación es un absurdo geográfico y humano. Eso lo dirá la Constitución española, pero no se lo cree nadie. Nos invita este lector a repasar la historia. Lo hemos hecho. Lo hacemos a diario. Y cuanto más lo hacemos, más convencidos estamos de que estas Islas no pertenecen a la metrópoli española, pues fueron sometidas mediante una conquista sangrienta, y genocida, que duró casi cien años. Casi un siglo de lucha de un pueblo noble y pacífico que sucumbió no por falta de valor, pues era su coraje muy superior al de los intrusos, sino por el poderío de unas armas contra las que poco podían hacer. Eso, y nada más, es lo que nos dice la historia acerca del comienzo de nuestra esclavitud colonial.

Por todo esto consideramos que ha llegado el momento de que intervenga la Unión Africana y la ONU. Ha llegado el momento de pedir en los foros internacionales que se reconozca el estatus de Canarias. Ha llegado el momento de que los organismos supranacionales nombren una comisión descolonizadora, de la que nunca podrán formar parte Paulino Rivero y otros miembros de CC, porque son traidores políticos al país que aseguran defender. No somos españoles ni tampoco europeos ultraperiféricos. Allá los franceses con sus Antillas. Somos lo que queremos ser y queremos ser lo que somos: canarios de Canarias. Veremos la libertad de nuestra tierra porque la libertad es muy bonita para estar en manos de una islita, que es la tercera en el archipiélago, y de un país tan despreciado en Europa como lo es España.