1.- Antes que nada, quiero reiterar que yo no creo en la justicia. No es baladí que la escriba con minúscula; si en muchas ocasiones dudo de la justicia divina, ¿cómo me piden que crea en la justicia de los hombres? Me estoy haciendo mayor; me he convertido en un escéptico. Veo con profunda tristeza que en España -y en Canarias- hay muchas cosas que no funcionan y que la justicia y la fiscalía están tremendamente -y jerárquicamente, en el supuesto de la segunda- politizadas. Antes de que el caso de Las Teresitas llegue al Tribunal Supremo, el TSJC, que hasta el momento lo instruía, ha exonerado de los presuntos delitos de cohecho (un sobreseimiento provisional en España, donde lo provisional dura años y años, es una resolución definitiva) a Fresco, JoséLuisMartín y JoséGarcíaGómez. Yo a José Luis, aunque lo aprecio, lo conozco menos, pero Fresco y José García Gómez son amigos míos y los reconozco como paradigmas de la honestidad, de la caballerosidad y de la rectitud. Ya digo que a José Luis lo conozco menos, pero me parece también una excelente persona. A petición de la fiscal MaríaFarnésMartínez, para los tres -de momento, porque van saliendo con cuentagotas las exoneraciones- la magistrada CarlaBelliniDomínguez, que ha empleado hasta la fecha casi seis años instruyendo un caso que se desinfla por días, ha acordado el sobreseimiento provisional del delito más grave de los que le atribuían: el de cohecho. Quedan otros dos, que caerán solos: prevaricación (dictar, a sabiendas, una resolución injusta) y malversación de caudales públicos. Me gustaría saber cuánto ha costado la investigación de este caso a los ciudadanos. Y también me gustaría saber lo que quedará del asunto cuando el Supremo lo reciba (que ha de ser ya, por la condición de senador de MiguelZerolo). Un magistrado conocido mío, cuyo nombre no voy a revelar, naturalmente, coincidía conmigo el otro día en lo que voy a decir. Yo sostengo que la instructora y la fiscal, desde luego, muy tarde, no desean que el Tribunal Supremo ridiculice la novela que se ha montado aquí, con una policía agresiva en el trato y tantas veces errática, con interrogatorios policiales y judiciales más propios de una causa general (esposas, padres mayores, amigos, hijos de corta edad, teorías abracadabrantes en el sumario que a ustedes les harían sonreír, etcétera). En el sumario aparecen, incluso, las cantidades que supuestamente recibieron personas honorables de la sociedad tinerfeña que van desde los 400 millones de pesetas a los veinte millones y que, según estas últimas resoluciones judiciales, todo es mentira. Se basaron los fiscales ¡en unas denuncias anónimas! ante la policía. Pero ¿a dónde vamos a parar? ¿Qué pueden hacer ahora contra la policía y contra el sistema judicial las tres personas exoneradas de cohecho (hasta hoy, porque serán más); contra quienes los han mantenido en vilo seis años, han investigado sus vidas y haciendas y han puesto en la calle sus ingresos, sus operaciones mercantiles, sus gastos, sus viajes y hasta sus relaciones familiares, porque aquí todo se filtra y nadie sabe quién lo filtra, ni se investiga un carajo a quienes ponen contra la pared a la justicia revelando secretos del sumario? ¿Quién les repara el daño causado?

2.- Yo no creo en la justicia. Mala conciencia, remordimiento, o quién sabe, porque éstas son apreciaciones subjetivas, debía tener la magistrada Bellini cuando se presentó, de improviso, en el despacho de uno de nuestros más prestigiosos juristas, EligioHernández, abogado en ejercicio, magistrado excedente y ex fiscal general del Estado, para pedirle explicaciones por sus críticas públicas a este procedimiento. Decía Eligio, precisamente, que el caso no podía convertirse en una causa general y que toda investigación tiene sus límites, precisamente porque puede conllevar un daño irreparable a los imputados. Como así ha ocurrido. ¿Qué pretendía Bellini, y otra vez expongo consideraciones subjetivas, intimidar a Eligio, hacerle confidencias fuera de sede judicial, hablar con él como amiga, cuando no lo era? Señora Bellini, señora Martínez, ¿ustedes van a devolver a Fresco, a García Gómez, a Martín y a los que quedan por exonerar la honra perdida, tan solo con unos autos judiciales? ¿Saben ustedes lo que la policía dice en los papeles que ustedes tienen?: que los dos primeros cobraron veinte millones de pesetas cada uno, supuestamente por votar a favor del asunto de Las Teresitas. ¿Puede trasladarse esto a un sumario y mantenerlo vivo desde diciembre de 2006, sin pruebas, sólo con el testimonio de unos supuestos confidentes? ¿Con el archivo "provisional" se les devuelve la honra a estos señores? O sea que ahora reconoce la fiscal, y acepta la magistrada, que las denuncias "anónimas" eran falsas. ¿O qué?

3.- Miren, desocupados lectores, cuanto más años cumplo, cuanto más leo toda esta deleznable literatura judicial -deleznable en cuanto al estilo-, menos creo en la justicia de los hombres; en este caso, de las mujeres. Estoy harto de acusaciones falsas, de comentarios mentirosos, de difamaciones gratuitas, de que se juegue con la honorabilidad de la gente, de informaciones sectarias, de justicia y de periodismo de partidos. Porque entre esas "fuentes confidenciales… que se mantienen como anónimas" de la policía hay un periodista. Y en este caso judicial han participado también policías que tenían que estar por ahí poniendo multas de tráfico. Y hay jueces y fiscales que tenían que ser más rápidos y más rigurosos en la instrucción de una causa. ¿Qué nos queda todavía por oír? ¿Que le vuelvan a preguntar a Miguel Zerolo por qué dejaba con él, en su hotel, cuando iba a Madrid, a su hijo que estudia allí? ¿También se opone la causa general a que un padre pernocte con su niño, al que no puede ver frecuentemente, cuando hace un viaje oficial a la capital de España? ¿Por qué, porque el niño gastó en el hotel un jaboncillo y usó la toalla que pagó el erario público? Vamos, hombre, y todavía me piden que crea en la justicia. No creo en la divina, ante la que algunos dicen que nos tendremos que sentar, incluidas Bellini y Farnés Martínez, y voy a creer en la humana. Ni de coña.

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