EXISTE una evidente relación entre lenguaje y poder. Así, tanto Derrida como Foucault compartieron esta preocupación, que fue motivo de profundas reflexiones al respecto y en todos los campos donde se instaura el lenguaje y se desenvuelve el poder. Y a la conclusión que llegaron fue la gran influencia que tiene el lenguaje sobre el poder. Ya Durkhein, por su parte, había puesto de manifiesto que todos hablamos el mismo idioma y, sin embargo, tenemos dificultades para comprendernos, porque no les damos el mismo significado a las palabras.

El fundamento de esta cuestión, en parte, está en los códigos que cada cual asume dentro de su cerebro, que están registrados en el área del lenguaje y motivados por los ambientes donde se mueve y la información que desde la escuela se ha recibido, ya que esta sí es considerada como la más que contribuye a reproducir las desigualdades y las injusticias de orden socio-profesional.

Los que han tenido la suerte de caminar por el sendero de la escuela y avanzan hasta los estudios superiores, y amparados en la teoría de Bernstein, poseen un "código elaborado" con un amplio vocabulario, así como un derroche de significados y significantes, mientras que los que han fracasado, por diferentes motivos, en la escuela y donde su ambiente no propicio ha influido en su desarrollo intelectual padecen un "código restringido", conformado de muchos tics y gestos de escasa relevancia intelectual, y es ahí donde radica la gran diferencia, y sobre esos pilares se sostiene y alimenta el poder.

Hay quienes renuncian al poder, ni sueñan con él, porque desde sus inicios en el desarrollo de su intelecto se han quedado atrapados en las exigencias sociales que han desmotivado y han funcionado como trabas para su desarrollo; así, los primeros llegarán más allá, se situarán en los receptáculos donde se detenta poder, mientras que los otros, los desposeídos de determinadas capacidades, porque han influido, sobre todo, las injusticias sociales, se quedarán como meros espectadores y aceptadores de lo que se les intenta suministrar por los diferentes canales y dispositivos que el poder tiene dentro de sí.

Y siendo esto así, con todas las matizaciones que queramos hacer, el poder se arropa en un determinado lenguaje que, desde la opacidad del mismo, se instala en la ambigüedad, desde donde se pretende que en cuestiones que tienen que estar claras y diáfanas predomine en ellas una oscuridad absoluta.

En estos momentos estamos sometidos a la influencia de los mercados, a los diagnósticos "post mortem" de los economistas, y cada día que pasa es raro que la noticia estrella no gire alrededor de la crisis, y cada cual, tanto los expertos como los políticos de alto rango que deben tomar decisiones de envergadura, utilizan un lenguaje difícil de descifrar, puramente técnico y totalmente emboscado. Y la sensación es que se embrujan en las palabras para que lleguen arropadas en farragosidades y quintaesencias que hace imposible, desde la perplejidad, dar con la realidad, la trampa y el cartón.

Y el mundo, cuando se le pretende zarandear por las grandes voluntades de los poderosos y que no gire sobre su eje, se disloca por medio del lenguaje, el que funciona como el mejor disimulador, el único pretexto de los que deben asumir responsabilidades y que en este caso meten en el mismo talego a todos los mortales, a los que les dice, alimentando su ignorancia desde la tramoya de un lenguaje que nos sitúa en el reino de Babia

La cuestión, pues, está en oír y seguir oyendo a los que nos dicen y hablan en nombre de los demás, sin que los demás sepan de qué va la cuestión, y recibiendo un mensaje que, en vez de ser vehículo de acercamiento y comprensión, es el de la confusión, el que discurre en paralelo para someter por medio de la palabra intencionada al que camina con el despiste como compañero de viaje.