HICIERON falta noventa y tres millones de pesetas de entonces para que la Río Tinto Company Limited adquiriera en 1873 la propiedad de las minas homónimas de cobre, plata y oro situadas en la provincia de Huelva. Conocidas y explotadas desde la antigüedad, inversores británicos (y un banco alemán) apostaron grandes cantidades de capital por los últimos avances tecnológicos en la que sería la mayor y más moderna explotación minera de su tiempo.

La compañía construyó una línea de ferrocarril y una dársena en el puerto onubense, un hospital, barrios enteros, talleres e industrias en la cuenca minera, a los pies de la sierra de Aracena. Más de diecisiete mil empleos directos. En la ciudad enorme impacto, no solo en la cultura empresarial, sino en todos los ámbitos: fue allí donde el fútbol, el tenis y el turismo de playa se incorporaron a nuestra realidad nacional.

La empresa británica abandonó las minas en 1954 por falta de rentabilidad, después de ochenta años de actividad, y buscó otros caminos, otros continentes y otros minerales con los que retribuir a sus inversores. Así se mueve el capital.

Y deja secuelas: cientos de hectáreas de devastación, inmensos cráteres en un paisaje más propio de la actividad volcánica que de la económica. Mas la multinacional también trajo sus cosas buenas: sacó a todos de la miseria, con unas infraestructuras inimaginables para la época, provocó la inmigración desde otras partes de España (y del Reino Unido) y con ella apareció la iniciativa emprendedora. La Huelva de hoy -cosmopolita, industrial, agrícola, turística y forestal- es consecuencia de ese brillante pasado.

Por analogía pensé en Fyffes, esa otra gran corporación que pasó por Canarias, que pagó aguas, suelo y sorribas: millones de metros de tabaibas y cardones arrasados para los cultivos del plátano. Y en el italiano Mario Novaro, que innovó en la conserva del pescado con la técnica del autoclave en Cantera, en el sur de La Gomera.

Nuestra revolución llegó con las inversiones en turismo. Bendito capital, catapulta a la senda del progreso y al Estado del bienestar. Y también atrajo a mucha gente de fuera, con ideas e iniciativa, para espabilar al nativo. Y se hicieron las cosas bien: el sector público acompañó con grandes obras de carreteras, playas y aeropuertos, y se dispuso servicios y se reguló el desarrollo y se protegió el medio ambiente.

Debemos recordar la importancia de los grandes inversores internacionales, del gran capital, y mimarlos, alegrarnos de que se lleven suculentos beneficios. Hospitalidad interesada, quizás. Centrémonos, pues, en crear las condiciones para que tales inversiones tengan lugar. Urge simplificar el sistema antes de que el negocio se agote.

e interim manager

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