Tiene 37 años, pero el último ha sido para él como volver a nacer. Gustavo -nombre elegido por él mismo, puesto que no desea dar a conocer su identidad real- es un hombre nuevo. Hace pocos días consiguió trabajo y reconoce que ya ve la luz al final del túnel.

"Soy ingeniero superior de Informática, también tengo el título de audioprotesista y hablo inglés. Nunca había tenido problemas económicos, pero una mala racha personal y, sobre todo, una enfermedad me llevaron a verme en la calle", relata antes de explicar que siempre tuvo una vida "completamente normal".

"Trabajaba, me casé y lo tenía todo, hasta que mi mujer se separó de mí. Mi vida se desestabilizó mucho y decidí irme de Tenerife. Perdí completamente la estabilidad económica y también la personal que tenía hasta ese momento. Pasé de ganar 40.000 euros al año a no tener sino lo justo para comer y, cuando me puse enfermo, casi no tenía ni eso".

Y es que cuando le faltó la salud es cuando Gustavo decidió que tenía que hacer "lo posible y lo imposible para salir adelante".

"Primero tuve una hernia en el ombligo y me tuvieron que operar de urgencia. Cuando salí me encontraba realmente mal y fui al albergue. Me dijeron que no había sitio y esa fue la primera noche que dormí en la calle. Estuve todo el tiempo dando vueltas hasta que se hizo de día. No pasé miedo porque no vi en ningún momento nada extraño, aunque la verdad es que me dijeron que no fuera a determinados sitios como la plaza del Príncipe o el parque de La Granja. Afortunadamente pronto me aceptaron en Café y Calor de Cáritas y pude salir adelante pronto porque me consiguieron una paga: la Renta Activa de Inserción", recuerda.

Lo que parecía solo una mala experiencia se tornó todavía peor.

"Salí de Café y Calor y encontré una habitación compartida. El problema fue que solo 20 días después me encontré realmente mal, fui al hospital y allí me quedé más de tres meses".

A Gustavo le diagnosticaron diverticulitis y cáncer de colon, por lo que tuvieron que realizarle numerosas operaciones.

"Al no ir a firmar la RAI, se me caducó sin posibilidad de renovarla, así que cuando me dieron el alta en el hospital no tenía ningún sitio al que ir ni dinero. Fui al albergue y me dijeron que estaba hasta la bandera. La verdad es que no me gustó ni cómo me trataron ni lo que allí vi. Yo estaba convaleciente, recién salido del hospital y todavía muy mal. Si no hubiera sido por eso no hubiera ido allí. No sé qué prioridad tendrán, la verdad, pero espero no tener que volver nunca. No soy alcohólico ni nada de eso, simplemente pasaba por un bache, mi vida era errática y con la enfermedad me quedé sin nada. El caso es que volví a la calle, a vivir en un banco, hasta que volví a entrar en Café y Calor".

Sin embargo, Gustavo no recuerda sus días como "sin techo" con dolor o vergüenza.

"La calle, si no te mata, te hace más duro. De lo que se trata es de ser mentalmente fuerte para que la situación no te supere. Todo en la vida son experiencias, y por algo pasan. Ahora estoy bien de salud, estoy trabajando para una red comercial y estoy muy contento. Creo que con ganas y fe todo se consigue. Nunca pensé que aquello fuera a ser para siempre y creo que eso fue lo que me sacó de allí. Otra mucha gente se hunde y no quiere o no puede hacer nada por cambiar su situación. Yo dejé que eso no me pasara y ahora me doy cuenta de que fue lo mejor que pude hacer".

La seguridad en sí mismo es tal, que Gustavo no tiene dudas: "Dentro de un año me veo en mi propio piso y jugando con mi PlayStation tranquilamente", dice mientras suelta una carcajada.

"Haber perdido la salud me hizo querer más la vida y aferrarme a ella. Ha sido todo un aprendizaje vital y ahora me considero mejor persona. Veo que hay gente que por cualquier bobería se le cae el mundo encima y otra que pasándolo realmente mal tiran para adelante, por eso cuando escucho que alguien dice que quien vive en la calle es porque quiere, lo único que pienso es que quien piensa así es gente que no sabe lo que es tener verdaderos problemas".