1.- No me distingo por criticar lo que hace la Caja. Es más, siento mucho afecto por la entidad, como es público y notorio. Pero me da pena que se haya puesto "su" cultura en manos de los de siempre: de Cruz y de FernandoG. Delgado. El primero acaba de estrenar un documental sobre PérezMinik, producido por su esposa, PilarG. Padilla. Con esta decisión, la cultura queda toda en casa. Uno debe ser bastante imbécil, o quizá un lerdo en el saber, porque la Caja, a pesar de mi currículo más que aceptable, no se ha acordado nunca de mí, ni me ha editado un libro, ni siquiera me envía los que edita. Debe considerarme un batata y a lo mejor tienen razón sus responsables. Soy un batata, al que tampoco admiten en la Academia Canaria de la Lengua, ni casi nadie cita en ninguna parte, aunque en los últimos tiempos tengo que agradecer sus recuerdos a JoséLuisConcepción y a los profesoresCorrales y Corbella. Menos mal, coño, muchas gracias. Vuelvo a Fernando G. Delgado para decirles a ustedes que a él se debe que una ilustre figura de las letras mundiales, el ex presidente de Extremadura RodríguezIbarra, diserte en la Caja. Tremendo analfabeto funcional nos faltaba para completar el esperpento. Tira mucho eso de ser correligionario del organizador.

2.- La cultura canaria, que ha de ser universal, como todas las culturas que se precien, no debería girar siempre sobre los mismos pivotes. ha monopolizado los recuerdos de don Domingo Pérez Minik, que son de todos. Pregunten por el ilustre fallecido, por ejemplo, a su ahijada JuanaRosaCas, que le cuidó como nadie y a la que se olvida siempre, a pesar de la breve referencia sobre ella en la película, costosísima, que ha pagado CajaCanarias. Cada vez que uno se asoma al balcón cultural de las islas ve a los mismos personajes. es el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Y el otro le toca la trompeta, como un querubín. A mí estos dos me tocan, pero otra cosa.

3.- Yo tengo ya muchos años y soy pobre. Y quiero seguir siéndolo. Y quiero vivir lo que me queda sin que nadie me haga caso, por huraño y por contracorriente. Asumo todo esto. Decir lo que pienso me ha traído siempre estas consecuencias y estos olvidos. es un mal novelista, un poeta insignificante, un periodista pesadísimo y una mosca cojonera que quiere medrar en todos los pesebres. Y el otro, mejor novelista, es un aprovechado de cojones que se está forrando con sus falsos iconos y con sus relamidos invitados. Tenía ganas de desahogarme, lo siento. Ya sé que la Caja seguirá sin mandarme sus libros y, por supuesto, sin editarme alguno mío. En realidad, soy un autor en busca de personaje. Hasta esto lo hago al revés.