Si con toda la sinceridad de la que debemos ser capaces -que por desgracia para demasiados de nuestros connaturales no es excesiva- analizamos con detenimiento los movimientos y las oscilaciones que pueden sufrir nuestros sentimientos, hemos de llegar necesariamente a la conclusión de que, como ya apuntaba en otra de estas cartas, por contraposición a lo que con demasiada frecuencia oyes a la gente joven, estamos obligados a decir que el amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el de dormir junto a alguien, que, por supuesto, como ustedes bien saben, no es igual.

Lamentablemente, es este un término, el del amor, que por manido quiere como escaparse a nuestra consideración, y llegamos a escuchar aseveraciones de singular certeza, como la de que el amor que pudo morir nunca debió ser considerado amor, o bien, en boca del Marqués de Sade, que "en el amor todas las cumbres son borrascosas". Pero, por desgracia, esto no es suficiente para que podamos permanecer satisfechos, porque el amor, según Stendhal, es una bellísima flor que hay que tener el coraje de ir a coger al borde de un precipicio, sin preocuparnos del riesgo que pueda suponer.

Siempre he considerado que los términos amor y amistad deben marchar aparejados, y así lo expresé, de modo concreto y conciso, en la boda de uno de mis hijos, como respuesta a la invitación del sacerdote oficiante, testigo del enlace.

La complicidad que procura la amistad es imprescindible para que se mantenga a todo gas el arrebato amatorio. ¿Cómo se puede considerar posible la sintonía con una persona junto a la que no puedes pensar en voz alta? Y eso, precisamente eso, constituye la auténtica amistad. Porque un amigo es por necesidad el que lo sabe todo de ti y, a pesar de ello, te quiere. Las promesas pueden ser importantísimas, pero en modo alguno suficientes.

Lentamente vamos viendo pasar los minutos, las horas y los días. Todo va sucediendo tan despacio que es solamente cuando con la perspectiva del tiempo, y en la distancia, hacemos una valoración de nuestras capacidades y vamos notando que efectivamente las limitaciones van ganando terreno.

Hace algún tiempo, en una reunión con un grupo de amigos, me enseñaban dos fotos, las dos de una misma zona del puerto de La Bonaigua, entrada superior del Valle de Arán, en Lérida. En las dos aparecían las mismas ocho personas, componentes de cuatro matrimonios, y me pedían que valorase las diferencias entre las dos fotos. Yo sabía que lo fundamental era que dos de los caballeros y una de las damas habían padecido diferentes enfermedades tumorales malignas, recibiendo en su momento el correspondiente tratamiento y en los tres casos el éxito había sido total. Pero, quitándole hierro a la situación, les respondí que, en la primera, cuatro de ellos estaban sentados sobre la hierba, mientras que en la segunda época todos estaban en pie evitando los trabajos a realizar para volver a la bipedestación.

Esto nos sirve para valorar la capacidad física de respuesta, pero igualmente nos tenemos que plantear los temas sentimentales. Los arranques, las locuras, han ido dejando el camino expedito a los detalles, a las complicidades, a todo lo que podemos considerar afinidad y que es lo menos que puede unirnos a una persona junto a la que hemos visto el otoño de más de cincuenta calendarios.

No quiero dejar a un lado la consideración de la amistad o, si lo prefieren, de la relación amistosa tantas veces cacareada, y que en pocas situaciones son un fiel reflejo de la realidad, de nuestra realidad.

Otra diferente visión que vamos percibiendo es la de la famosa pirámide en cuya cúspide el tiempo nos va situando, sin que necesariamente la soledad sea nuestra única compañera. Lo que desgraciadamente no valoramos lo suficiente es la cantidad de personas que hemos conocido que desearían haber dispuesto de esta oportunidad.

José Luis Martín Meyerhans

Una casita de tejado rojo

Desde que ella lo conoció por el extraño medio de la epístola (yo no dudaría en erigir un monumento al cartero anónimo, al cartero portador de amor), ya no se encontraba tan sola como antes, aunque, la verdad, sola seguía.

No era poca la distancia entre los dos: ella, en un barrio de Santa Cruz, y él, con todo el Atlántico por medio, en Venezuela (¿a qué otro lugar podría ir un canario que opta por dejar la "jaula"?) Ambos, sin embargo, se afirmaban en sus cartas que estaban juntos, uno al lado del otro... Ya sabemos que esto de acortar distancias es uno de los privilegios del amor.

Se conocieron por fotos y, benevolentes, insistían -¡otro privilegio más del amor!- en adornarse mutuamente con todas las virtudes y todos los encantos imaginables, frutos de sus continuos ensueños.

Ella, nacida en La Orotava, donde hay algo más que flores, y él, en un pueblecito ribereño del sur de la Isla, optaban para el futuro, una vez casados, por un hogar con escena campestre, humilde; mejor, una casita con alpende y tejado rojo, como las que se ven el borde de la carretera del sur, cerca de los molinos de viento... Sin duda alguna, con esta arquitectura rústica, se hacían los dos partícipes de un telurismo ancestral. Ambos, también sentían innata antipatía por los artificios de la capital, con lo que delataban, una vez más, su oriundez pueblerina.

Lo más sorprendente en sus relaciones fue que tanto los proyectos de Elena como los de Vicente, su novio, pese a haber surgido en ambiente ideal, coincidían por su sencillez y fácil realización. Todo, en vez de castillo en el aire, venía a quedar resumido para ellos -como digo- en el logro de esa casita campesina, tranquila, con tejado rojo.

Ella, la verdad, soñaba, pero no al modo cursi que lo hacía aquella princesa enamorada que moría de pena. Cierto que sus "...suspiros escapaban de su boca de fresa" (que me perdone el nicaragüense, pero es que su "Sonatina" viene muy a propósito para un amor por correspondencia), mas salían sin tristeza. No, porque en todas sus cartas afirmaba a Vicente que se sentía muy feliz, alegre y que buena parte de los días la pasaba cantando. Una prueba de este optimismo amoroso es el siguiente párrafo manuscrito de Elena -¡la humilde y sencilla Elena!-, en una carta que llegó a mis manos sin saber cómo:

"Vicente de mi alma tus cartas me dan vida, y me hacen muy feliz, pues mis ánimos estaban por los suelos, pero desde que te conozco soy otra. Tú has logrado en mí un cambio que hasta estoy asombrada, pues de vez en cuando me pongo a cantar...".

A veces, Elena se sentía tan ligera, tan aérea (que me perdone de nuevo Rubén), que hasta quería también "...ser golondrina,... ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar...".

Y Vicente, por su parte, en Caracas, aunque no príncipe azul ni mucho menos, sí se sentía, pensando en Elena, un auténtico caballero feliz "que la adora sin verla".

Quede el final de ese enamoramiento a la elección de la imaginación del lector. "Ni alfa ni omega; la melodía que sigue...". Quizá -y esto es ya pretende finalizar "a lo rosa"-, Elena y Vicente vivan actualmente unidos en cuerpo y alma con felicidad, en la casita aquella de tejado rojo que tanto ansiaban. Mas, por si acaso: "en la puerta de nadie no toque nadie, porque nadie sabe cómo está nadie...".

¡Pena que el gran Ortega y Gasset (como todos sabemos fue enemigo de todo tipo de correspondencia), con lo cálidamente humano que era, no dedicara, en su "Estudio sobre el Amor", un comentario filosófico o literario -que en este último campo también resultó casi único- al amor por correspondencia... con un cartero anónimo de barrio, como parte integrante de esta clase de amor.

Ventura Pérez

Descolonización de Ceuta, Melilla y Canarias

Como asiduo lector de EL DÍA, he leído con sumo interés el editorial del lunes 16 de este mes de agosto titulado "Hierve el fogón norteafricano", y veo que este periódico es el único que en estos momentos ve las cosas claras en lo que afecta a nuestra región de África del Norte, a la cual pertenecemos. ¡Qué duda cabe de que en el siglo XXI España no puede sostener su presencia colonial en territorio marroquí y en Canarias, aunque hayan pasado siglos ocupados ilegalmente! Los patriotas canarios seguimos con mucho interés todo lo que está pasando en estos días en nuestro país vecino, Marruecos, y como es lógico, apoyamos las justas reclamaciones marroquíes, pues no está bien que a estas alturas Madrid siga guardando los restos de su viejo imperio colonial. Madrid debería resolver de una vez para siempre su problema colonial y devolver a Marruecos las ciudades ocupadas de Ceuta y Melilla, así como los islotes e islas que sigue ocupando, tras las correspondientes negociaciones con Marruecos para salvaguardar los derechos y propiedades de los españoles que allí habitan, y, al mismo tiempo, proceder a la descolonización de las Islas Canarias de una manera pacífica y civilizada, para también los derechos y propiedades de los españoles que viven aquí, y, a la vez, sentarse a la mesa con los representantes independentistas canarios para discutir la deuda histórica que tiene con nosotros y todo lo relativo al pago de los retiros y deudas que tiene la Seguridad Social española con los canarios que han trabajado, y establecer un calendario de descolonización.

Que el señor Rubalcaba, en su reciente visita a Rabat representando al Gobierno español, haya decidido poner en práctica unas comisarías de policía conjuntas parece indicar que el Gobierno español actual piensa irse retirando paulatinamente del continente africano, lo que sería bastante positivo e indica que está cambiando su política colonial. Nos gustaría a los patriotas canarios que hubiese también algún gesto antes del fin de este año, final de la década de la descolonización marcada por las Naciones Unidas, para ver que, por fin, algo está cambiando en Madrid -así lo esperamos- en materia de descolonización.

L.B.D.

¿En qué manos estamos?

Fue por finales de abril o principios de mayo cuando EL DÍA tuvo la amabilidad de publicar mis comentarios sobre dos ex presidentes del Gobierno de Canarias: Adán Martín y Manuel Hermoso. Mis comentarios fueron motivados por sendas entrevistas que se les hizo a ambos, por separado, en uno de los dos periódicos españoles que se publican en Las Palmas.

No sé si se han dado cuenta de que en Canarias sólo se publica un periódico canario, y ese es EL DÍA, de Tenerife. Por aquí se dice que si quieres trabajar en uno de los dos periódicos de Las Palmas tienes que ser asturiano. Son cosas que ocurren en nuestra sorroballada tierra, sin libertad seguiremos siendo unos don Nadie.

He repetido el título de mi comentario anterior porque sé que ambos ex presidentes se mueven dentro de Coalición Canaria vigilando que se cuente con ellos en cualquier movida que pueda darse.

Lo curioso es que ahora el señor Hermoso hace suyas las palabras que en aquella ocasión pronunció Adán Martín en relación con Cabo Verde, lo cual demuestra que son tal para cual. Pero lo grave es que demuestra también que ninguno de los dos llegó jamás a darse cuenta de la enorme riqueza que el turismo genera. No es exagerado decir que los doce millones de consumidores (turistas) que aportamos a la economía española son de gran peso en su PIB.

Los dos pretenden combatir nuestras ansias de libertad con una falacia tan grande como es intentar comparar nuestra economía con la de Cabo Verde, dejándonos entender, subrepticiamente, que si fuéramos independientes seríamos pobres como los caboverdianos. Mentira cochina que deja en muy mal lugar a dos personas que han manejado los intereses de Canarias a su manera...

La República de Cabo Verde es un Estado insular de África Occidental situado a 620 km de la costa africana. Alcanzó la independencia en 1975, y, cosa curiosa, su religión es la católica.

Para terminar habría que aclararle al señor Hermoso que la razón por la cual él cree que nuestro pueblo no tiene ansias de independencia es debido a que ningún periódico publicaba nuestras misivas en tal sentido. No puedo ni tan siquiera calcular cuántas de mis cartas fueron tiradas a la papelera, silenciadas. Algo similar a lo que está ocurriendo actualmente con los editoriales y comentarios de EL DÍA, los cuales son ignorados constantemente por los periódicos de Las Palmas y de España.

Antonio Artiles Mejías