CON MÁS de 5.500 millones de euros recaudados por sus películas, Harrison Ford es posiblemente el actor con mayores ingresos en taquilla de la historia del cine. Sus comienzos, empero, no fueron nada boyantes. De hecho, ni siquiera fue consciente de su vocación por interpretar hasta que se matriculó en un curso de arte dramático; una decisión que tomó colateralmente pensando en obtener mejores notas que en otras materias. Ford necesitaba mejores notas para que no lo echaran del colegio de estudios superiores de Wisconsin al que sus padres lo habían enviado. Ya en Hollywood malvivió con papeles tan secundarios que no le daban derecho a aparecer en los créditos. Tuvo que trabajar de carpintero; un oficio que aprendió en los libros que pedía prestados a la biblioteca del barrio. No obstante, ser carpintero en Hollywood no es lo mismo que ser ebanista en La Orotava. Su trabajo en casas y oficinas de los importantes del cine le permitió conocer a un joven, y entonces desconocido, realizador llamado George Lucas. El resto está en las enciclopedias, y no sólo en las del cine, aunque todavía le quedaban muchos golpes que sufrir en el siempre largo camino hacia cualquier estrellato.

Supongo que hoy me tocaba comenzar este artículo hablando de José Saramago y no de Harrison Ford. Haber escrito, acaso, algo, aunque sea inventado, de los dos encuentros que tuve con este insigne escritor, aunque nunca me prologara -no era el caso- ninguno de mis libros, ni tampoco me diese consejos que me impidieran vivir como un burgués. Hace un par de años, o algo así, oí como un señor de estos alrededores se deshacía en elogios hacia Saramago en un programa de radio. El viernes por la tarde volvió a hacerlo, con la apostilla añadida de que, gracias a sus muchas e intensas conversaciones con el escritor, había tenido la suerte de no convertirse en un burgués. Conociendo bien al personaje y estando al tanto de cuánto ha fracasado su proyecto de burguesía, no me cabe duda de que con él cayeron en saco roto los consejos del afamado escritor luso. Si es que alguna vez existió alguno de tales consejos, claro.

El viernes por la tarde, ayer sábado durante todo el día y posiblemente a lo largo de unos cuantos días más ha habido y habrá que huir de los medios de comunicación -de todos en general- para no ahogarse en un lago de declaraciones afectuosas. Todo el mundo tiene algo que decir, alguna anécdota que contar, de José Saramago. Vincular el nombre de uno mismo al de una persona importante, aunque sea en el momento de su óbito, proporciona, eso parece, cierto carisma de gloria. Por lo demás, el asunto viene de antiguo. Del propio Zorrilla se dice que se dio a conocer leyendo unos emocionados versos mientras enterraban a Larra. Existe un acontecimiento similar más próximo en el tiempo, y también en el espacio, a esta Casa: una foto del ínclito Domingo de Laguna -añorado colega y compañero- entre Ernest Hemingway y Camilo José Cela en el entierro de Pío Baroja. Foto que incluyó el propio Domingo en su libro "Canarias en los grandes hombres españoles". Una obra que no recoge la mejor anécdota, también protagonizada por Domingo de Laguna, del fallecimiento de Baroja. Otro día se las cuento. El caso es que durante estos días más de uno y más de cien se han dado prisa en llamar a algún amigo en cualquier medio para que recogiese su proximidad en vida con Saramago. Qué se le va a hacer. Vanitas vanitatis et omnia vanitas.

Sobra añadir que la izquierda española ha perdido uno de sus iconos más representativos. Saramago no era español y como finado ha permanecido en Canarias el tiempo estrictamente necesario para que un avión portugués recogiese su cuerpo y lo llevara a Lisboa. Su obra ha sido escrita en portugués y traducida luego al español. Sin embargo, durante los últimos años de su vida a todos nos ha parecido, sinceramente, que era español. Incluso que era canario. Hasta Mariano Rajoy ha escrito un artículo lamentando la pérdida. Aquí, huelga insistir en el asunto, nadie pierde la menor oportunidad de alongarse al circo mediático. He hecho mentalmente una lista antes de ponerme a hojear los periódicos. No; no se me ha quedado nadie en el tintero. Pese a todo, dudo que Saramago tuviese algún apego a los planteamientos del PP y de su presidente. Algunos gestos, de tan evidentes, no solo sobran sino que hasta resultan grotescos.

Grotescos, por no decir esperpénticos, habida cuenta de que la progresía patria ensalza el origen humilde del finado como uno de sus grandes valores. Se presenta como un triunfo del proletariado el hecho de que un humilde cerrajero haya llegado a Nobel de Literatura. Olvidan todos, tal vez por necesidades del guión, muchos pasos intermedios; muchos años de silencio literario porque no se tenía nada que decir o porque, aun teniéndolo, las ocupaciones del día a día impedían hacerlo. Y es que la realidad, además de superar a la ficción, también suele ser menos romántica. Ni Ford le debe sus cualidades de actor a su habilidad con la madera, ni Saramago su esencia de escritor capaz de hacernos pensar a la forma en que forjaba el hierro. Admitido está sacar partido de los acontecimientos como aprovecha el surfista la ola que le llega del océano, pero sin tergiversar las cosas.

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