¿CUÁNTO vale el honor de Diego, el joven injusta y salvajemente acusado de violar, torturar y asesinar a una niña de tres años? ¿Cuánto vale salir en la portada de todos los periódicos como el más vil de los criminales? ¿Diez mil euros, cien mil o nada, porque en este país tan peculiar llamado España el honor sólo es potestad de la gente acomodada? "¿Qué clase de monstruo es quien maltrata durante días y días a una criatura indefensa que lo que necesita es amor y protección, nunca tortura, menoscabo o ensañamiento?". Eso escribió textualmente el pasado sábado al referirse a Diego un señor muy honorable; un señor que tiene un honor tan grande como el Everest, acaso como el planeta entero, y que ha jurado y perjurado defender su dignidad a vida o muerte donde haga falta y durante el tiempo que sea preciso. Como lo anterior le pareció poco, añadió: "No dudo que nuestra sociedad, con su lamentable pérdida de valores -y a falta en muchos casos de la necesaria estabilidad familiar y de los imprescindibles niveles educativos-, sea capaz de acoger en su seno a personas crueles y perversas, a seres trastornados y decadentes, a individuos enfermos y con traumas que les distorsionan la realidad hasta el punto de que ni siquiera se conmueven ante la delicadeza y ternura de un infante". Y no sigo transcribiendo porque su literatura me produce arcadas.

Posiblemente este individuo y otros se escuden ahora en el error médico. De ninguna manera. Del error médico ya hablaremos. Hoy toca la imagen. El calvario personal de este chico y de su compañera sentimental, a quien el tan honorable periodista ha juzgado y condenado no ya antes de que se celebrara un juicio y se dictara sentencia firme, sino sin ni siquiera esperar a que fuese puesto a disposición judicial. No toda la prensa cargó las tintas con la misma saña. He repasado los titulares de EL DÍA -no hacía falta, porque me los sé de memoria- y en este periódico siempre se habló de presunto autor de unos hechos, nunca de persona cruel, perversa y monstruosa. ¿Y a cuenta de qué esa ferocidad verbal del impoluto periodista con este joven?, se preguntarán ustedes. Se los conté el otro día; hagan memoria. A ese señor en cuestión no le gustan las parejas que viven juntas sin haber pasado por la vicaría. Lo deja claro en su epístola cuando habla de la "necesaria estabilidad familiar". Odia la convivencia de hecho porque considera que eso es un despreciable concubinato o un vulgar amancebamiento. Sus ideas de beato con caspa le impiden comprender que la sociedad española del siglo XXI es muy distinta a aquella otra del catecismo dominical. Incluso ya era diferente en 1977, cuando el no citado puritano le hizo imposible la existencia a una chica y un chico de 19 años porque, según él, dormían en pecado. Seguramente tampoco le gusta la forma de vida de Diego y de su compañera sentimental. Parece que, a su entender, el honor es privativo de gentes de bien que estén bien casadas; o de burgueses piadosos como él.

Anuncia el abogado de Diego que exigirá responsabilidades. Ojalá lo haga, empezando por los meapilas de misa y comunión dominical -algo que no critico; todo lo contrario-, pero despotismo y desprecio hacia la dignidad de los más débiles durante toda la semana. Porque con los fuertes no se meten; sólo con quienes carecen de la capacidad que les da el dinero a ellos para defenderse. ¿Tendrá la suficiente cara este impecable señor para salir hoy en televisión a pontificar dislates como si nada hubiese ocurrido? Qué repugnancia me produce mi propia profesión. Diego, cuenta con mi apoyo frente a los que han manchado tu nombre.